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CUADERNOS INTERNACIONALES ¿quién puede oponerse a Bonaparte? Pero a estas razones históricas se añaden las necesidades económicas. Hay que leer los textos de Simone Weil sobre la condición del obrero de fábrica (1) para saber hasta que punto de agotamiento moral y desesperación silenciosa puede conducir la racionalización del trabajo. Simone Weil tiene razón al decir que la condición obrera es doblemente inhumana, privada de dinero primero y de dignidad después. Un trabajo que puede suscitar interés, un trabajo creador, aunque es.
té mal pagado, no degrada la vida. El socialismo industrial no ha hecho nada esencial en favor de la condición obrera porque no ha atacado el principio mismo de la producción y de la organización del trabajo que, al contrario, ha exaltado siempre. Ha podido proponer, a los trabajadores, una justificación histórica del mismo valor de aquella que consiste en prometer las delicias del cielo a aquel que muere penando, pero no le ha devuelto nunca la ale.
gría del creador. La forma política de la sociedad ya no es cuestión en ese momento, sino los credos de una civilización técnica de la que dependen igualmente capitalismo y socialismo. Cualquier pensamiento que no hace avanzar este problema, apenas si roza al de la desgracia obrera.
Por el solo juego de las fuerzas económicas admiradas por Marx, el proletariado ha rechazado la misión histórica de la que Marx, justamente, le había encargado. Puede excusarse el error de éste último porque, ante el envilecimiento de las clases dirigentes, un hombre ansioso de civilización busca por instinto las élites reemplazantes. Pero esta exigencia no es por sí sola creadora. La burguesía revolucionaria tomó el poder en 1789 porque, en realidad, ya lo tenía. El derecho, en aquel tiempo, como lo señala Jules Monnerot, estaba atrasado con relación al hecho. El hecho era que la burguesía disponía ya de los puestos de mando y del nuevo poder: el dinero. No ocurre lo mismo con el proletariado, que sólo posee su miseria y sus esperanzas, y que la burguesía ha mantenido en ese estado. La burguesía se ha envilecido por su locura de producción y de poderío material; la organización misma de esta locura no produce élites. 7) La crítica de esta organización y el desenvolvimiento de la conciencia rebelde podían forjar una élite reemplazante. Solamente el sindicalismo revolucionario, con Pelloutier y Sorel, se lanzó por esa vía y quiso crear, por la educación profesional y la cultura, los nuevos elementos CUADERNOS INTERNACIONALES que requería y requiere todavía un mundo sin honor. Pero esto no podía hacerse en un día y ya nuevos maestros estaban allí, inte.
resándose para utilizar de inmediato, a cambio de la promesa de una lejana felicidad, la desgracia de millones de hombres, en vez de aliviarla con urgencia. Los socialistas autoritarios juzgaron que la historia andaba muy lentamente y que era necesario, para precipitarla, poner la misión del proletariado entre las manos de un puñado de doctrinarios. Por ese hecho mismo han sido ellos los primeros en negar dicha misión. Ella existe, sin embargo, pe.
ro no en el sentido exclusivo que le daba Marx, sino como existe la misión de todo grupo humano que sepa, de su labor y de sus sufrimientos, adquirir dignidad y conciencia fecunda. Para que tal misión se manifieste había que arriesgarse y otorgar confianza a la libertad y la espontaneidad obreras. El socialismo autoritario, por el contrario, ha confiscado esta libertad viva en provecho de una libertad ideal, todavía por venir. todo esto, queriéndolo o no, ha reforzado la empresa de sometimiento comenzada por el capitalismo de fábrica. Por la acción conjugada de estos dos factores, y durante ciento cincuenta años, con excepción del París de la Commune, último refugio de la revolución verdadero. el proletariado no ha tenido otra misión histórica que la de ser traicionado. Los proletarios se han batido y han muerto para entregar el poder a militares o intelectuales, futuros militares, que los sometían a su vez. Sin embargo, esta lucha ha sido toda su dignidad, reconocida por todos aquellos que han elegido compartir sus desgracias y sus esperanzas. Pero esta dignidad ha sido conquistada contra el clan de los amos antiguos y nuevos. Ella los niega en el instante mismo en el que osan utilizarla. Puede decirse que anuncia su crepúsculo.
Las predicciones económicas de Marx, cuando menos, han si.
do puestas en cuestión por la realidad. Lo que sigue siendo verdad en su apreciación del mundo económico es la constitución de una sociedad definida cada día más por el ritmo de producción. Pe.
ro él compartió esta concepción, en el entusiasmo de su siglo, con la ideología burguesa. Las ilusiones burguesas concerniendo la ciencia y el progreso técnicos, compartidas por los socialistas au.
toritarios, dieron lugar a la civilización de los domadores de máquinas que puede, por la competencia y la dominación, separarse en bloques enemigos, pero que, en el terreno económico, está sometida a las mismas leyes: acumulación del capital, producción racionalizada y acrecentada sin cesar. La diferencia política que hace referencia a la más o menos grande omnipotencia del Esta do, es apreciable, pero podría ser reducida por la evolución econó.
mica. Unicamente las diferencias de moral, la virtud formal opo.
niéndose al cinismo histórico, parece sólida. Pero el imperativo de la producción domina ambos universos y no hace, en el plano económico sino un solo mundo. 1) Precisemos que la productividad sólo es perniciosa conside.
rada como un fin en sí misma y no como un medio liberador.
183 (1) La condición obrera, Gallimard, editor. Lenin fué el primero en consignar esta verdad, pero sin aparente amargura, Si su frase es terrible para las esperanzas revolucionarias, aún lo es más para el mismo Lenin. Se atrevió a decir, en efecto, que las masas aceptarían más fácilmente su centralismo burocrático y dictatorial porque la disciplina y la organización son asimiladas más fácilmente por el proletariado gracias a esa msma escuela de la fábrica.
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