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CUADERNOS INTERNACIONALES CUADERNOS INTERNACIONALES rey, y destruir la opresión monárquica, y romper el yugo de la nobleza, y defender su territorio, muy bien hizo lanzándose a esas faenas. Pero después quiso ser reina en su casa y emperadora en la ajena, y obrar milagros con gorros frigios, escarapelas, discursos, carmañolas callejeras, clubs, decretos, guillotina y soldados. Eso fué ya una locura, un aquelarre, una misa negra, en la que se disfrazaron de liberales, de demócratas, de comunistas o simplemente de revolucionarios infinitos ilusos y vesánicos, que nos han impresionado con sus frases rimbombantes, sus sentimientos al rojo, sus alharacas frenéticas. Eso pasó por ser la revolución, y en reproducirlo se ha venido insistiendo por doquier, así como en imitar a los personajes de la epopeya, los cuales. hasta los cuerdos, que quizá no fueron muchos pasaron años en un manicomio suelto, todo pasiones, sobresaltos y temores. De toda aquella neurosis, de toda aquella milagrería sangrienta y patibularia, hay que prescindir, HAY QUE CURARSE, aunque sea recurriendo a los psiquiatras.
La revolución que hemos venido analizando es un golpe de Estado, o varios golpes de mano, y con ella se podrá cambiar de régimen político, pero no establecer el socialismo. Porque el socialismo es toda una nueva civilización, que únicamente se logra con el cultivo del hombre, con la cultura de la sociedad en pleno. Si esta tarea, que por su ritmo de desarrollo no es más que una evolución, es denominada revolución porque produce cambios de naturaleza, y no tan sólo de grado, revolucionario hasta las cachas sos.
Pero esta revolución, que es la única racional, la única auténtica y posible, es incompatible con la de pega, con la revolución. pues lo primero que esta última destruye es el primer y principal requisito de la otra: la libertad, que en principio no es más que mutuo respeto entre los hombres, sin distinción de raza, credo, nacionalidad o clase. Para el verdadero revolucionario, la revolución ha muerto, pues para él ha pasado ya la época de que salió ese concepto: la brutal, la mágica, la religiosa, en que todo se espero de porrazos, de conjuros y milagros. Hoy, en Europa, en América, en Asia, en Oceanía, la revolución. aunque se declara intérprete de nobles aspiraciones, tiene las características que tuvo en la Roma de Mario y Sila, en la Grecia a merced de demagógicos tiranos, en la Italia destrozada por los modelos del Principe maquiavélico. Im plicó la guerra desde un principio, y al final no es más que guerra.
Fué un recurso o un pretexto para tomar el Poder, y es instrumento y excusa de poderosos Estados, todos fascistas, totalitarios, que en nombre de ella se atreven a llegar al genocidio. Es una trágica amenaza para el mundo, porque en ella se alían la amoralidad de que el fin justifica los medios, la autoridad estatal sin freno o límite, los recursos económicos, técnicos y culturales del monopolio absoluto y único, a la vez que el atraso general de las masas a que apela.
Todos los revolucionarios violentos, como todos los generales, necesitan soldados, y los han buscado en las filas prletarias. Esta, y no otra, es la causa de que hayan dado al proletariado una misión redentora. El proletariado auténtico es lo que es porque no ha podido ser otra cosa; en general, no tiene noción de lo que es el socialismo, y, aunque se halle en situación más honrada que el burgués, no es mejor que él en modo alguno. Por desgracia para él, para vergüenza de este régimen social, no tan sólo se le priva de buena parte de la riqueza que contribuye a crear, sino también de cultura, de actividad espiritual, de casi todo cuanto pule los sentimientos del hombre y le da actitudes civilizadas. Tiene sed de venganza y hambre de pan, pero no el deseo de conseguir libertades que jamás le han hecho falta en su alicorta situación, y así vemos que vende la de conciencia, la de opinión y cien más por un plato de lentejas, por un pedazo de tierra, por un aumento de jornal, por las promesas del demagogo dispuesto a valerse de él. Es una clase propensa al sartenazo, que a menudo tiene muy generosos impulsos, mas casi siempre los lanza por rumbos de violencia. Manejada y conducida por tiranos, halagada por arteros condottieri, alucinada por mitos de aparente redención, es un peligro social de primer orden; y, aunque la justicia no lo exigiera, por eso mismo habría que apresurarse a redimirla de veras, a librarla de toda explotación, a darle pan y cultura, a restituirle cuanto hasta ahora se le ha robado. No necesita botafumeiros, que con su incienso la cieguen, sino gente que la ayude a liberarse ocupando un puesto en sus propias filas.
En fin, lector; la historia, que en el siglo XIX forjó un concepto de la revolución ha descubierto en el siglo XX la peligrosa falsedad del mismo, y ahora hay que hacerse una nueva idea. La justicia social, la ayuda mutua, la libertad, siempre han sido necesarias, pero hoy son de todo punto indispensables, y las reclama la salvación de toda clase social por debajo del Estado. Con apremio y tesón hay que lograrlas, o mantenerlas si incipientemente existen, para hacer de ellas vigorosas y fecundas realidades. En la técnica, en la ciencia, en la economía, en el pensamiento, en la moral pública, tenemos ya en germen la nueva civilización que aspiramos a crear; pero no la crearemos con mitológicas fábulas, magia de urna electoral, milagrería de barricada ni endiosamiento estatal, sino en contra de todo eso, cultivándonos todos, civilizándonos, respetándonos, exaltando por doquier la vida humana, para hacer de ella un valor universalmente sagrado. 136. 137