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CUADERNOS INTERNACIONALES CUADERNOS INTERNACIONALES tivos, y la de la guerra avasalladora dentro y fuera del país. fueron alterando la idea misma de la revolución. hasta hacer de ella un amasijo de absurdos contrasentidos, expresivos de otras tantas aberraciones históricas.
de allí, sino de la Revolución Francesa, precisamente porque en ésta no hubo tan completa unidad de criterio, porque en ella se mezclaron intereses antagónicos, porque sus mismas realizaciones históricas fueron menos importantes para la posteridad que los conflictos ideológicos que al avanzar fué creando. Al principio de la Revolución Francesa, ciertamente hubo identidad de aspiraciones entre casi todos cuantos en ella participaron; mas los anhelos de cambio, los afanes revolucionarios de las fuerzas sociales actuantes, se diferenciaron luego, y la insurrección del pueblo contra su rey fué convirtiéndose en una revolución cada vez más ambiciosa, de la que cada sector esperó cambios distintos. En verdad, no fué lo mismo para Mirabeau, para Danton, para Robespierre, para Hébert, para Baboeuf, ni aún para cada uno de estos personajes representativos en diversas fases de su desarrollo; cada cual la vió a su modo, distinta en cada período, y su manera de verla fué su propia idea de la revolución.
Pero, aún así, los acontecimientos revolucionarios tuvieron su propio rumbo. Lo que tal hombre o sector espero de ellos fué una cosa, y otra lo que los mismos acontecimientos prometieron de por sí, permitieron esperar o hicieron temer. Su curso histórico fue definiendo el concepto de la revolución. la realidad de los hechos fué dando forma y carácter a la noción de los mismos, sentido fijo a la idea del proceso alterador, hasta hacer de éste algo dotado de carácter peculiar, independiente de que gustase a tales o cuales hombres. El naciente concepto de la revolución no fué racional y lógico, esencial y metafísico, sino existencial, empírico, salido inconscientemente de la experiencia en activo. Fué un juzgar la corriente por el rumbo de las aguas en terrenos de caprichosa accidentalidad; fué un hacer idea de la revolución el fortuito curso de los acontecimientos supuestamente transformadores o revolucionarios, y un convertir lo eventual de cierto período histórico en ley fija de la historia venidera. En la Francia de entonces, de la indispensable insurrección contra el Capeto y su absolutismo se pasó a una serie de insurrecciones, y en poco tiempo se hizo crónico el impulso fraccional de insurrección, sin advertir que al principio no tuvo más objetivo que resistir unos abusos y destruir parcialmente o por completo las instituciones de que provenian, pero después fué aplicándose, no tan sólo a demoler regímenes sucesivos, sino también a crear nuevos estados sociales. Se aplicó, pues, la táctica de la destrucción al afán de construir, y se esperó de la violencia lo que no podía dar. Por añadidura, la Revolución Francesa tuvo que defenderse, porque todos los Estados europeos le aceptaron el reto que les lanzó al arrojarles la testa del Capeto; y desde aquel mismo instante se convirtió, históricamente, en una guerra, en la que, como era de esperar, los ejércitos franceses pasaron de la defensa al ataque y la conquista tan pronto como pudieron. En realidad, pues, aquella revolución se convirtió en guerra. qué es la guerra, sino todo lo contrario de la revolución anhelada entonces y hoy? Pero estas dos circunstancias que apuntamos la de la insurrección permanente, con afanes construcHemos de verlo. En la insurrección y en la guerra, se recurre a la fuerza, y precisamente para vencer o exterminar al enemigo.
La insurrección y la guerra podrán venir, como vinieron en Francia, del afán de liberarse o defenderse, pero en sí mismas, como hechos, como normas de actuación, ambas excluyen la libertad en mayor o menor grado. Su instrumento es la fuerza, a la que llamamos el Poder cuando se inviste de autoridad oficial; y como el Poder, la fuerza, fué el recurso de todos los patriotas, de todos los revolucionarios en la cima del Estado, de todos los que anhelaban llevar adelante el proceso de cambio, del Poder o de la fuerza se hizo un dios, del que todos esperaron toda suerte de milagros, y al que todos dieron. precisamente por eso. o supuesta o verdadera omnipotencia: ya de jure, ya de facto. De aquí la centralización, la estatización contra revolucionaria, de que se quejó Proudhon hace exactamente un siglo: Cuando la Revolución proclamó la libertad del pueblo, la igualdad ante la ley, la soberanía naciona, la subordinación del Poder a la Nación, estableció dos cosas incompatibles sociedad y Gobierno; y esa incompatibilidad ha sido la causa o el pretexto de esta concentración avasalladora, destructora de la libertad, llamada centralización, que la democracia parlamentaria admira y elogia porque lleva en si la tendencia hacia el despotismo. La República (1) tenía que organizar la sociedad; pensó únicamente en establecer el Gobierno. Fortificándose continuamente la centralización, mientras la sociedad carecía de institución que oponerle, las cosas llegaron a un punto en que la sociedad y el Estado no pudieron convivir, siendo la condición de existencia del último subordinar y subyugar a la primera. La Revolución del 89 tenía que construir el orden industrial, después de haber barrido el orden feudal. Pero, volviendo a las teorías políticas, nos hundió en el caos económico.
Pero volvió a las ideas políticas por haber vuelto velis nolis. a los actos y a las realidades que ellas reflejan. La guerra permanente en el exterior, contra diversos Estados; dentro del país, entre diversas facciones creó una política de guerra, unas ideas de guerra, un Estado de guerra, un sistema completamente opuesto al orden industrial, a la organización del trabajo, que Proudhon preconizaba. Suyas son, igualmente, estas palabras pésimamente entendidas por proudhonianos que no saben leer: En 1789, la tarea de la revolución era destruir y construir a la vez. Tenía la vieja misión de destruir un sistema, pero sólo creando otro nuevo, cuyo plan y cuyo carácter tendrían que ser exactamente contrarios de los anteriores, de acuerdo con esta norma revolucionaria: toda negación implica una subsecuente afirmación contradictoria. De estas una (1) La nación libre, como el Common Weal de Milton. 122. 1231