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CUADERNOS INTERNACIONALES PROPOSITO DE UNA PRETENDIDA CIENCIA DE LA REVOLUCION por ANDRE PRUNIER ¿Una cosa es verdad cuando consiguen hacernosla creer o cuando una inteligencia esclarecida, desinteresada, sin pasión, liega a diputarla verdadera tras un examen minucioso de los hechos? En el primer caso, se glorifica la mixtificación como función creadora: son sus leyes, leyes de la propaganda, de la publicidad de la dialéctica como arte de sugestionar los espiritus las que conviene estudiar, y no las de la objetividad y la lógica severa.
La primera de todas esas leyes dialécticas parece ser la siguiente: la opinión pública acaba siempre perteneciendo a la teoria que es socialmente necesario profesar para vivir, vale decir, la adaptación general a un sistema social determinado por la conveniencia utilitaria; esa teoría, impuesta por la fuerza material, se convertirá a su vez en una fuerza material también, nacida del condicionamiento de los individuos a la nueva realidad social en formación.
Haced recitar el credo antes de dar el plato de sopa; el alma simple no tardará en ver en la sopa la verificación misma del credo.
Una inteligencia más sofistica encontrará la manera de evadirse. forjándose una covicción justificadora. del desprecio de sí mismo que entraña el hecho de haber vendido por un plato de sopa el derecho y el deber que tiene cada individuo de ejercer la autonomía de su conciencia.
Si es necesario, el intelectual, el privilegiado de la inteligencia, llegará a persuadirse que sería egoísta de su parte negarse a la proclamación de una fe que aporte a los humildes. por la virtud del pragmatismo social, el consentimiento de la cabeza y del vientre.
Por eso se apresurará a sacrificar su privilegio sobre el altar de la comunidad, tranquilizado interiormente por el hecho que, procediendo así, nada pierde de su poder social; por el contrario, cambiando la austera y dudosa búsqueda de la verdad contra la creación previa de la propaganda, de una verdad activa e intensa, habrá trocado los atributos modestos del investigador por los heróicos y gloriosos del profeta.
Por mi parte, no acepto esa pretendida ciencia revolucionaria que se lanza sobre la eficacia inmediata como sobre una prueba y que se apresura a cambiar el mundo para 110 tener que interpretarlo. 1) Primeramente, porque cambiar el mundo a todo precio y en el sentido de la menor resistencia de las cosas, signifique probablemente envilecerlo y degradarlo; en segundo lugar, porque el pensamiento, para orientar de manera válida la acción, debe suspender o, cuando menos, limitar la acción. Es menester realizar la experiencia, metódicamente instituida y metódicamente controlada, antes de proclamar los resultados. De esta labor es de la que se ocupa menos la pretendida ciencia de la revolución. En vez de lanzar a todo trance a la humanidad en la praxis revolucionaria, me parece necesario mantener o restablecer una separación entre el pensaminto crítico y la acción. La acción, es cierto, no podrá ser separada de motivos emocionales, de objetivos prácticos impuestos por la necesidad, la pasión, el temor, etc. Pero el hombre puede establecer distancias con relación a su ser instintivo, y es justamente en esta situación en la que él debe formular un juicio de valor o de realidad.
El pensamiento es ahí el silencio de las pasiones y también la acción diferida, el reflejo interrumpido, el comportamiento desprendido del condicionamiento. Interpretar el mundo es una función autónoma, teniendo su valor en sí misma; cambiarlo es una funciót: plazada bajo el control de la primera. Una especie de separación de lo espiritual y lo temporal se instituye, distinción rechazada por el pragmatismo soreliano, el intuicionismo bergsoniano y el marxismo. Este último confunde dialécticamente la crítica por las armas y el arma de la crítica, mezcla el cambiar el mundo por su interpretación y subordina lo segundo a lo primero, Esta situación nos conduce a esta abdicación vergonzosa del espíritu humano cuya fórmula es la apuesta de Pascal: Si concedo a Dios la fe y resulta que no existe, no pierdo nada; si existe, lo gano todo. Si no concedo mi fe a Dios me arriesgo a ir al infierno si resulta que existe. La apuesta de Pascal, renovada por tantos intelectuales contemporáneos hacia el Dios Stalin o sus iguales de otras partes, se reduce en última instancia a este cálculo: lo que importa no es contradecir a los poderosos, mientras que les inteslesante contradecir a las gentes que nada tienen que ver en la retribución de méritos o desméritos ideológicos. Si la creencia en Stalin Dios o en la URSS Paraíso se recompensa con satisfacciones inmediatas o previsibles de orden moral o material y si el descreimiento o la herejía se castiga en este mundo o en el otro, es decir, en el presente o en el porvenir; si, además, el ateismo vis a vis de Stalin no ofrece idénticas ventajas, positivas o negativas, resultará que todo hombre dispuesto a hacer políticamente la apuesta de Pascal, se volverá hacia Stalin, dando la razón, al mismo tiempo, a la teoría marxista de la mixtificación creadora, ya que aportará a Stalin y a la URSS la fuerza necesaria para suprimir todo elemento de comparación que permitiera al espíritu humano negar el carácter genial del Padre de los Pueblos y la naturaleza paradisíaca de su régimen.
Hay que señalar que las democracias occidentales, para desviar los espíritus de semejante adhesión al stalinismo, no han podido encontrar otro remedio que proponer una apuesta más ventajosa que la de sus enemigos, profetizando una victoria del lado america 71. 70