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CUADERNOS INTERNACIONALES CUADERNOS INTERNACIONALES el error mismo encierra, probablemente, perniciosas consecuencias para la humanidad. En efecto, a la vista lo tenemos. Tomad cualquier revolución del siglo XX, la que os plazca, y estudiadla sin prejuicios; el resultado de todas, por distintas que sean las circunstancias de cada cual, siempre es el mismo: la negación absoluta y duradera del afán que les dió impulso, que santifico todos sus horroTes. Hora es ya de advertir que la mania revolucionaria. tan debida a los impulsos violentos siempre en busca de teorías que los excusen como a las mismas doctrinas que los fomentan después de justificarlos a la manera sofistica. ha sido la causa principal, ya directa, ya indirecta, de los modernos Estados totalitarios y de las guerras que han promovido y promueven. De qué salió el régimen de Mussolini, el de Horthy, el de Hitler, el de Franco, el de Oliveira Salazar, con sus peculiares y similares características? De dónde este culto de la fuerza, del instinto, de la sangre; de dónde este aire de condotieri, esta demagogía, estos despliegues de masa y brutalidad, esta insolencia en el atropello, esta cxultación en el salvajismo. Es posible comparar estos regimenes con los del viejo absolutismo; los Estados fascistas con los que formaron la Santa Alianza. De ningún modo! Para hallar algo seme jante hay que volver al cesarismo renacentista, o mejor aún a la racha de brutalidad que azotó a Roma desde que Mario dió ejem plo a Sila y a todos sus sucesores. No nos hallamos ante sistemas reaccionarios en el corriente sentido de la palabra; no ante sistemas estrictamente conservadores; sino ante sistemas típicamente REVOLUCIONARIOS, producidos por las doctrinas, los impulsos y las fuerzas puestos en juego durante un siglo de fementidas revom luciones. por eso mismo se asemejan todos a los regímenes bolchen viques, no a los típicamente conservadores. pero, a la vez, prom gresivos. como el inglés y otros libres de sacudidas revolucionarias. Todos los Estados totalitarios, desde el turco al portugués limitándonos a Europa, vienen de la guerra o de la revolución; de la guerra a secas, porque. insisto la revolución de que hablo es una guerra civil. La diversidad de aspiraciones iniciales, queda eliminada por la identidad de procedimientos; y de éstos, que no de aquéllas, proceden los resultados.
Las cuestiones económicas, el desarrollo industrial, el crecimiento demográfico, el hundimiento de unas clases, el simultánea auge de otras, son cosas insuficientes para explicar lo que vemos. Se extingue ahora en la Gran Bretaña la nobleza feudal y mercantil, se resquebraja y desploma el andamiaje capitalista de su estructura burguesa, se eleva el proletariado a un buen nivel económico, crece y crece el Estado burocrático como nueva clase privilegiada, y, sin embargo, la multiplicidad de intereses en conflicto que es ingente, no basta para turbar el flemático sosiego del país; esta gigantesca transformación, de más alcance y más rápida que cualquier otra de Europa, se hace sin un guardia armado, cabe hacerla sin Ejército, sin violencias de ningún género. Lo mismo ocurre en otros países del Septentrion europeo. no es cosa que, en verdad, se deba a ningún Estado, Gobierno ni Parlamento; es una cuestión de modales públicos, de actitud general frente a los problemas, de tuucación, y mentalidad. Los reajustes sociales son inevitables o, al menos, indispensables. los cambios son determinados, no sólo por los avances de la cultura y de la razón cartas de triunfo con que Godwin contó exclusivamente, sino también por el progreso técnico, que convierte las cosas en servicios públicos y echa los cimientos del socialismo; pero tales cambios y reajustes sociales se efectúan sin peligrosas complicaciones porque no interviene la violencia, porque no entran las espadas a cortar nudos gordianos, porque no hay ni un amago de revolución.
He dicho que nos hallamos ante una cuestión de mentalidad, mas no he querido decir que, por ejemplo, haya una natural diferencia de mentalidad entre ingleses y españoles. La Inglaterra de principios del siglo XIX era un infierno jamás habido en España. La cuestión es de concepto de criterio; y de criterio cabe cambiar como ha cambiado Inglaterra. Tenemos o no tenemos salud mental; o se padece la locura de insistir en avanzar a machetazos, como en selva tropical, y entonces nos obstinamos en emprender la revolución, o se tiene el buen juicio de no hacerla; o se sigue viendo en la revolución un drama místico sccial, que tiene por apoteosis la redención de una clase, de todo un pueblo y hasta del género humano, o se empieza a ver que, a las primeras de cambio, es una guerra civil, de la que nunca saldrá otra cosa que una brutal tiranía, señora de la nación avezada al atropello y del país arruinado. La experiencia nos prueba vez tras vez, en todos los Continentes, que los fines que se intentaban alcanzar mediante la revolución son sacrificados a la verdadera naturaleza de tal acontecimiento: una guerra sin cuartel.
Fijaos en Rusia y en China. Si esas dos naciones hacen lo que hacen, ea que se debe? No será que les falta territorio, materias primas, etc.
ni tampoco que se puedan sentir amenazadas. Ambas fueron turbadas por la guerra, la guerra se complicó con la doctrina marxista, empezó a rodar la bola de la anhelada revolución, surgieron ejér citos por doquier, y hoy no hay manera de sujetarlos. la revolución y a la guerra, creadoras de Estados absolutistas, les cuadra el adagio chino: quien en un tigre cabalga, no se atreve a desmontar. 16. 17