CUADERNOS INTERNACIONALES CUADERNOS INTERNACIONALES hubieran resucitado en estos últimos cien años, y se hubieran men tido en el ambiente del proletariado revolucionario, habrían creído hallarse en un manicomio suelto. Dios y ayuda les habría costado comprender que la revuelta finalmente inspirada en las obras de Rousseau, madre del Romanticismo por lo que tuvo de épica y declamatoria, había creado el mito de la Revolución en el mundo entero: mito comparable al del fin del mundo en el año 000, que convirtió a toda Europa en una casa de orates, y hasta el del advenimiento del milagroso Mesías. No en balde fué, en lo esencial, un mito hebraico. Mas me doy cuenta de que decir estas cosas tan de buenas a primeras puede ser un tantico escandaloso; y quis zá nos convenga establecer una perspectiva histórica, de manera que al mirar desde este tiempo hacia las postrimerias del gran sis glo XVIII, un episodio intermedio. la Revolución del 48 pueda servirnos de clave para entender la formación del mito recién citado.
INCONSCIENTE IMITACION DE IMITACIONES 46 DI Dos excelentes obras hay sobre tal Revolución, tenida desde un principio por la primera revolución proletaria. los Souvenirs. de Alexis de Tocqueville, y El 18 de Brumario de Luis Bonapar te. de Carlos Marx. Tan brillante es la una como la otra. Marx analizó los acontecimientos mediantes entre la Monarquía de Julio y la formación del Segundo Imperio con el propósito bien vi sible. de probar las tesis que poco antes había formulado en el MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA, Die Tocqueville los enfocó desde su posición de aristócrata: un aristócrata liberal y humanitario, pero enemigo de la democracia y. sobre todo de una igualdad económica establecida precisamente a costa de toda clase privilegiada. No intentó analizarlos a la luz de ninguna teoría, ni probar nada presupuesto, sino describirlos con pers picaz precisión y estudiarlos a fondo, para que de ellos saliera su propia lección política. El propósito de Marx resultó fallido. como hemos probado muchos. en su mismo libro, porque en él le fue imposible ocultar que el verdadero intérprete y seguidor de su pron pia táctica revolucionaria. el que puso en práctica la receta brindada en el MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA, no fué Blanqui, ni fué Blanc, ni Ledru Rollin, ni aun siquiera Lamartine, y mucho menos la clase trabajadora, sino precisamente el aventurero Luís Bonaparte, que, ateniéndose a ella sin saberlo bien, logró formar el primer Estado típicamente fascista del mundo mon derno. De Tocqueville, por el contrario, se salió con su propósito; y su obra, a los cien años de ser escrita, es más aleccionadora que hace un siglo lo fué para su autor. la vista la tengo, en la versión inglesa de Teixeira de Matos; y me parece que lo más instructivo son las descripciones entreverar das de sagaces comentarios Por ejemplo, las que voy a traducir. Nosotros, los franceses, especialmente en París, somos muy propensos a introducir nuestras reminiscencias literarias o teatrales en nuestras más serias manifestaciones. En este caso hablaba de la entrada de la muchedumbre en la Asamblea Nacional durante la revolución del 24 de febrero. porque entonces había revoluciones de año, mes y hasta día determinado, quizá por ser meras revueltas o motines. la imitación fue tan evidente, que la terrible originalidad de los hechos quedó oculta bajo ella. Era un tiempo en que la imaginación estaba teñida de los chillones colores con que Lamartine había embadurnado sus GIRONDINS. Los hom bres de la primera Revolución vivían en toda mente; sus palabras y hechos estaban presentes en toda memoria. Cuanto presencié aquel día llevaba el visible sello de aquellos recuerdos; y cons tantemente me pareció que la gente estaba representando la Revolución Francesa, más que continuándola.
De Tocqueville insistió en eso muchas veces, tanto al describir los sucesos de Febrero como narrar los de Junio. Tomaré de el nuevas muestras. procuraban, infructuosamente, calentarse al fuego de las pasiones de nuestros padres, imitando sus gestos y actitudes, tal como los habían visto representar en el escenario, pero eran incapaces de imitar su entusiasmo o de inflamarse de su furia. Era la tradición de los hechos violentos, imitada por frios corazones, que no entendían su espíritu. La HISTORIA DE LA REVOLUCION, de Thiers, y los GIRONDINOS, de De Lamartine, así como otras obras, especialmente teatrales, mucho menos cono cidas, habían rehabilitado el período del Terror, y en cierto grado lo habían puesto de moda. Las tibias pasiones de la época hubieron de hablar en los rimbombantes períodos del 93, y uno oía citar a cada instante el nombre y el ejemplo de los ilustres escuerzos a quienes nadie tenía el valor ni aun el sincero deseo de imitar.
Un decreto del Gobierno Provisional estipuló que los diputados vistieran el traje de los Convencionales, y especialmente el chaleco blanco, de cuello vuelto, con que siempre aparecía en escena la fin gura Robespierre. Crei al principio que esta gran idea se había ocurrido a Luis Blanc o a Ledru Rollin; pero luego supe que había sido debida a la florida y literaria imaginación de Armando Marrast.
Baste con eso. Marrast, el revolucionario de guantes amarillos puesto en solfa por Marx, proponía y ordenaba vestir la Robespierre; Lamartine, que de tan vivos colores había pintado el cuadro de los girondinos, no sabía qué hacerse con la revolución que las circunstancias. y los banquetes redondeados con discursos demar gógicos habían puesto en su mano, y hasta para traicionarla, como quiso hacer desde el principio al fin, le faltaron siempre arres. 10. 11