pos de su caballo el cuerpo del dragón, vencido y muerto por su mano. La buena nueva se difunde con la rapidez del pensamiento. El pueblo, clamoroso, rodea al héroe y lo lleva en triunfo hasta el recinto del convento. Los caballeros de San Juan se apresuran a constituirse en consejo. En pie, silenciosos, graves, solemnes, reciben al vencedor. He cumplido con mi deber de caballero, dice; muerto ha sido por mi mano el dragón que asolaba el país; sus campos y caminos están seguros, y los pastores pueden llevar, sin temor, sus rebaños a pastar, y los peregrinos, sus preces a la sagrada capilla.
La mirada severa del gran maestre hace palidecer al caballero. Te has portado como un héroe. Presea de los caballeros es el valor y tú has probado serlo. Pero dime. cuál es la primera de las obligaciones de un soldado que combate por Cristo y por insignia lleva su cruz. La obediencia. esa obligación, hijo mío, tú la violaste cuando tu culpable audacia te llevó a atacar al dragón, despreciando mis órdenes.
Brillante fué la defensa del héroe, y el asentimiento popular, unánime; pero el gran maestre ordena el silencio y dice. Con mano valerosa heriste al dragón que devastaba nuestros campos. Eres para el pueblo un Dios; para nuestra comunidad. un enemigo! Diste muerte a un monstruo y has engendrado otro mucho más terrible y pernicioso que aquél, en otro orden de ideas, una serpiente que mancilla el corazón y genera la discordia y la destrucción: la desobediencia. Enemigo de la subordinación, rompe las disciplinas del orden y causa la desdicha del género humano. Valeroso es también el Turco: sólo la obediencia nos distingue de él. En el suelo mismo en que el Señor se despojó de su gloria y consintió en rebajarse hasta la abyección 277 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.