alta importancia. Con ella no pierde la cultura: al contrario. en el desarrollo de la cultura, la guerra es el mayor de los factores. El género humano no la debe temer. Lejos de eso. Dios ha de proveer para que se renueve siempre esa medicina drástica del género humano. Las diligencias tendientes a la extinción de la guerra no son solamente insensatas, sino también inmorales, y se deben estigmatizar como indignas de la humanidad. Pensar en tribunales de arbitraje es alimentar ideas que representan una presuntuosa intrusión en el dominio de las leyes de la naturaleza, y que acarrearán, para la especie humana en general, las consecuencias más desastrosas. Bien lejos de arruinar a los pueblos, la guerra los desenvuelve y enriquece, pues la historia entera nos enseña que el comercio medra a la sombra de la fuerza armada. Bien haya pues, el salu dable egoísmo, que dirige aún la política de la mayoría de los Estados. pues gracias a él se anularán los esfuerzos realizados para establecer la paz, esfuerzos extraordinariamente perniciosos. que contrarían la idealidad, la inevitabilidad del desenvolvimiento del hombre.
justici poder el úni se est absol variat a la favor de los lizablo recho Hé a reg Si drá a todas de Histo que Estad tan reuni gobie mente en la con tiones y de excel que a De la paz, sí, debemos tener recelo; porque la paz, si fuese acaso exequible. nos conduciría a la degeneración general. Ella «no debe, ni podrá ser nunca el objeto de la política de una nación. Visto como la guerra es «la ley natural a que se pueden reducir todas las otras leyes de la naturaleza. Heráclito de Efeso decía que «la guerra es la madre de todas las cosas, y los sabios de nuestra edad no topan con otra expresión más digna de resumir la obra divina. Los grandes armamentos constituyen la más necesaria precondición de la salubridad nacional. dras dos.
la vic ocupa tes y «El fin de todo y la esencia de todo, en un Estado, es el poder; y quien no sea bastante hombre para encarar de frente esta verdad, renuncie a la política. El más sublime deber moral del Estado no es guardar la proyd tes, 272 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.