tan sanguinario. Desde 1839 hasta 1842, duraron los años terribles en que Rosas llegó al límite extremo de su locura.
El retrato del Doctor Francia melancólico homicida, encerrado en su palacio de la Asunción, recreándose con los ayes de los torturados por sus órdenes, es bien sombrío, pero palidece junto al de Rosas, delirante y feroz, rodeado de esclavos y bufones, y alcanzando los límites mayores imaginables de crueldad y demencia.
He dicho que las pruebas científicas de la locura de Francia y Rosas, presentadas por el señor Ramos Mejía, son indiscutibles, y no he de seguir al erudito escritor en sus doctas y hábiles comparaciones de los síntomas y antecedentes mórbidos de los dos tiranos, con los casos clínicos que estudian en sus obras los más ilustres alienistas europeos. Entrar en terreno semejante, es innecesario para mi propósito, sobre todo cuando el señor Ramos Mejía (narra algunos hechos en que la enajenación mental del protagonista resulta evidente aun para los que carecen de nociones de Psiquiatría. Véase, por ejemplo, el siguiente, que el señor Ramos Mejía copia de la obra Rosas y sus opositores, por el señor Rivera Indarte. En 1838 dice Rivera Indarte hablando de Rosas expiró su inquieta mujer. En sus últimos momentos se vió rodeada, no de profesores que aliviaran los dolores de su cuerpo, ni de la amistad, ni de la religión, sino de una profunda y desesperante soledad, interrumpida por las risas y las obscenidades de los bufones del tirano.
Ellos le aplicaban algunas medicinas, y muchas veces desgarraba los oídos de la pobre enferma la voz satirica de su marido que gritaba a alguno de los locos. Ea! acuéstate con Encarnación, si ella quiere, y consuélala un poco. La infeliz se sintió morir y pidió un sacerdote para confesarse. Rosas se lo negó pretextando que su mujer sabía muchas cosas de la Federación y podía revelárselas al fraile. Cuando le avisaron que había expirado, mandó venir a un clérigo para que le pusiera la extrema unción, y para que creyera que el óleo santo se derramaba sobre un moribundo y no sobre un cadáver, uno de los locos, puesto debajo de la cama en que el cadáver estaba, le hacía moverse, pero con tal torpeza, que el sacerdote, después de haber fingido que nada comprendía, salió espantado de aquella caverna de impiedad y reveló la escena infernal en que fué involuntario actor, a un eclesiástico venerable, de cuyos labios tenemos esta historia. Pero tan macabra acción es inocente al lado de otra que refiere, ya no Rivera Indarte, sino el propio señor Ramos Mejía. Al día siguiente de su muerte (la de su mujer) se encerró (Rosas)
en su cuarto con Viguá y Eusebio, y lloraba a gritos la muerte de su Encarnación. En algunos momentos daba tregua a su dolor, pegaba una bofetada a uno de aquellos y con voz doliente preguntábales. Dónde está la heroína. Es pondía Vi No su manicomic el palacio a sus serv los intesti Eusebio imbécil que hubie «No misteriosa la pervers opuesto la francamer tud. Princ haciendo cribiendo que lleval casa de cillos en hombres vajes unit res. Rosa mulatas e taba con cosas más tenía cerc Otro todos los es el de plato y atreviero tertuliano Los tuvo terror en Aires.
Sin valiente.
dad que grande e cómo pu no sólo La re sanguina de energ 222 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.