cualquier otro delincuente. No les es lícito alegar, para defenderse, otros motivos que no sean los del derecho penal. Porque, actualmente, ya no debe haber «razón de Estado» ni derecho público especial, reacios a la discusión y extraños a las nociones de la moral corriente. Lo que resta de eso en los papeles diplomáticos y en los cerebros de ciertos sabios, la guerra actual lo destruirá. Ya no existe, ni podrá existir más, en Europa, sino «una sola»
moral: la moral jurídica, ligando a «todos y rigiendo «todo. reyes y dinastías, ciudadanos y países. Pero, señores, la guerra no merece el reconocimiento del género humano ni aun por las acciones heroicas y virtudes sublimes de que son teatro sus campos. Las influencias que elevan a los hombres a esas alturas de la abnegación, a esos gloriosos extremos del sacrificio, no son los apetitos sanguinarios del combate: son la preocupación de los derechos e intereses de la paz y el celo de sus tesoros inestimables, que cada uno de los combatientes mira periclitantes con la guerra. Esos sentimientos, esas afecciones, esas nobles cualidades se inflaman y deflagran en la lucha armada, que ofrece a los amenazados la ocasión de la resistencia al peligro inminente.
Pero lo que ilumina esa lucha, lo que la engrandece, lo que la santifica, es el amor de la patria, el amor de la familia, el amor de la libertad, el amor de todo lo que las conmociones militares inquietan y aniquilan. Pues bien: esos sentimientos no se desenvuelven con tanta intensidad en ninguna parte como entre los pueblos pacíficos, las naciones liberales, los gobiernos democratizados.
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en la 220 asomb Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.