se y la te acanas. Y, entendido así, viene el Estado a ser una entidad «independiente del espíritu y de la conciencia de los ciudadanos. Es un organismo amoral y depredatorio. empeñado en sobreponerse a los otros Estados mediante la fuerza. No tiene para regirse sino su voluntad y su soberanía.
Se la de le ás El sistema, al presente, está completo: en la política interior, la fuerza traducida en la razón de Estado; en la política exterior, la fuerza ejercida por la guerra.
En las relaciones internas dos morales: una para el individuo, otra para el Estado. Dos morales, igualmente, en las relaciones externas: una para los Estados militarmente robustos: otra para los Estados militarmente débiles.
Para autorizar este retroceso a las edades primitivás, fué necesario cantar en todos los tonos las virtudes civilizadoras de la guerra, negar el alto valor de los pequeños Estados en el desarrollo y en el equilibrio del mundo, reivindicar exclusivamente para las teorías del predominio de la fuerza el carácter de exequibilidad, negando la eficacia de las sanciones morales en las relaciones entre los pueblos. Pues bien: ninguna de esas tres pretensiones consulta la verdad ni se mantiene ante el sentido común.
Poner en duda, hoy, la autoridad de la moral en el derecho de gentes, es borrar de un golpe veinte siglos de progreso cristiano. Las conferencias de Ginebra y de La Haya lo revistieron de formas positivas, que los terremotos internacionales lograrán trastornar pasajeramente, pero de los que han de salir renovadas y victoriosas. En La Haya, cuarenta y cuatro potencias deliberaron sobre el derecho internacional, sujetándolo a una vasta codificación de estipulaciones, que se comprometieron a observar.
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