0 1S a Todos sabemos que hemos de morir; pero con dichoso optimismo, todos nos creemos capaces de aplazar ilimitadamente el pago de ese vencimiento. Todos nos creemos lo bastante listos y somos lo suficiente desagradecidos, para estimar que son nuestra prudencia y nuestro orden de vida lo que prolonga nuestra estancia sobre la tierra, cuando en verdad, debiéramos agradecer como un indulto, cada hora de nuestra vida.
Nótese, que en el fondo, sentimos cierto desprecio por los que tienen la imprudencia de recordarnos con su muerte que también nosotros somos mortales. El que de puro viejo está ya con un pie en la sepultura, como suele decirse, denigra y vilipendia sus contemporáneos, según van cayendo. Fulano murió ayer a los ochenta años. Si no se cuidaba nada. Si no hacía más que disparates! Ya vé usted yo qué bueno estoy con mis ochenta y cuatro.
Pero es que yo me cuido.
Esto el que se cuida, que el descuidado, atribuye a su misma despreocupación la buena salud de que disfruta. así todos; el sobrio achacará la muerte del vicioso a los excesos, y el vicioso achacará la muerte del bien ordenado a su pazguatería. El que de continuo callejea y pasea, y trisca, se reira del que no sale de casa sin consultar barómetros y termómetros y disponer el abrigo de su cuerpo en consecuencia. Este dirá del otro. Anda, anda, toma ejercicio y aires de invierno y calores de verano!
No digamos si la causa de una muerte fué por enfermedad crónica, accidente de viaje, ya sea en ferrocarril, automóvil o aeroplano, lance de honor o asesinato. Entonces sobre el muerto se desatarán los mayores denuestos. Falta de higiene, imprudencia, locura, la vida que llevaba, la que dejó de llevar. Crean ustedes que vivir sin dar lugar a murmuraciones es muy difícil, pero morir, sin exponernos a ellas, es casi imposible.
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