Todos sa optimisme tadamente mos lo cidos, pal guay existía. Nadie podía entrar en los dominios del Supremo Dictador, sin permiso de «Su Excelencia. Nadie podía salir lo que era mucho más difícil que entrar sin el propio permiso. Nadie podía levantar la vista del suelo cuando pasara cerca del palacio, en la Asunción, y mirar hacia las ventanas de «Su Excelencia. Este delito se castigaba con la pena de muerte. La misma pena se aplicaba a todo el que se permitía hacer una censura al «Gobierno, o a sus empleados; y en el palacio aquél, junto a la habitación de dormir de «Su Excelencia. funcionaba la «Cámara de la Verdad. donde sus verdugos, bajo su dirección y con su consulta en casos difíciles, aplicaban tormentos que harían palidecer a Torquemada, a los acusados del crimen espantoso de no creer qué el Paraíso se encontraba precisamente en el Paraguay.
Prisioneros innumerables gemían en las cárceles iy qué cárceles! sin esperanzas de libertad mientras el Dictador viviera, y ya sabemos que fué casi centenario. Sufrían por causas diversas; uno, por ejemplo, por haber sido en su juventud rival afortunado del Doctor Francia; otro por haber echado de su casa a «Su Excelencia. antes de soñar en que sería Dictador, naturalmente) llamándole «mulato. Su Excelencia» tenía muy buena memoria. Para gober nar de esa manera, no necesitaba él de cámaras, ni de ministros responsables, ni de secretarios de despacho. Bastábale su fiel de fecho, nombre que daba al cargo de un tal Patiño, secretario, escribiente, ministro y verdugo, todo en una pieza, y por añadidura patizambo, con las piernas tan gordas que andar le era dificil. Refiriéndose a su lentitud en la marcha, el Dictador solía decir con profunda convicción que «para dar a estos pueblos libertades, hay que ir con las piernas de Patiño. no estaba en lo cierto? Ahí tenemos al gran Carlyle demostrando que aquel régimen es preferible a todas las constituciones. Continuará)
tro orden sobre la cer como Nótes por los su muerte que de como sue poráneos. Ful se cuidal vé usted Pero es Esto a su misi disfruta. así cioso a la bien orde callejea casa sin ner el ab del otro: y calores No fermedad carril, au nato. Ent res denue la vida ustedes a De Sobremesa El año 1909 que, con tan buen éxito, hemos tenido el gusto de representar, no ha querido despedirse sin dejar una memorable fecha en la historia de las grandes catástrofes.
Estos cataclismos, superiores a todas las previsiones humanas, son los únicos que tienen virtud para hacernos pensar en la muerte, como en algo ineludible.
muy difíc imposible 204 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.