ducciones, aun entonces excepcionales, como la Silva a la agricultura de la zona tórrida, o el Canto a la victoria de Junin, habrían tales modelos enseñado, no sólo a pensar con orden y a componer, sino también a ajustar las palabras a las ideas, a ejemplo de su precisión potente y detallada, a aplicar a asuntos nuestros, desbordantes de urgencia tumultuosa, las más seguras y sobrias normas.
Admirables frutos de disciplina antigua vivificada, como por sangre nueva y ardiente, por sentimientos netamente americanos, al fin habrían servido de armazón a una especie de literatura nacional, a un tiempo sólida y nueva, propia y tradicional. Pero en la vaga y dispersa literatura americana, apenas había llegado un falso clasicismo a insinuar cierto respeto, que pudo ser saludable en su oportunidad inicial, a ciertas reglas de composición y arquitectura mental débiles amagos por restablecer la coherencia en el desbarajuste dejado por la colonia gongórica y ergotista. cuando ya vientos de libertad vinieron a barrer, con los resabios pseudoclásicos, los primeros elementos de orden y jerarquía que comenzaban a implantarse con Bello, Olmedo, Caro, Gutiérrez y algunos otros, en el campo hasta entonces sembrado de confusos despojos. La creencia en el don infuso y en las intuiciones de la inspiración, aumentaba la incoherencia que una educación intelectual entregada al azar había hecho congenial. Puede decirse que, entre nosotros, todo escritor fué un autodidacta por lo que toca a su cultura general y particularmente a la literaria. El romanticismo no halló, pues, entre nosotros, tiranías seculares que destronar, nos halló libres. y pobres como las cabras. Soplo en los pálidos rescoldos de la hoguera ya muriente de la revolución libertadora, para acabar de dispersar en cenizas los vestigios del pasado. No pudiendo ser liberación, hubo de ser licencia. No habiendonos conferido, como don suyo, una franquicia que teníamos de hecho al no tener, de entre lo propio, nada, o tan poco que respetar, que continuar o imitar, nos dió tan sólo la libertad de echar a perder la que teníamos de na191 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.