Repudiar un hecho y no obstante aplaudirlo, es una hipocresía que degrada. Muchos, más de lo que se cree, son los que alardean del mal contrariando sentimientos intimos. Un estudiante honesto que presenció contrariado un barullo brutal de sus compañeros, contará más tarde en rueda de amigos «lo que hemos hecho. Incapaz de condenar en voz alta, se solidariza por temor a la pulla cáustica, más terrible a veces que un bofetón. No por otra causa, jóvenes a quienes repugnan las orgías, son los que en ellas extreman la nota escandalosa. Ausencia de valor moral que justifica la presunción de otras futuras y más villanas claudicaciones!
Confesar que se mantiene incontaminada la noción ideal del bien, es exponerse a pasar por zonzo. Ese es, entre nosotros, el insulto despreciativo por excelencia, entre nosotros que tenemos por el bribón de ingenio, un culto entusiasta. antes de ser llamados zonzos muchos prefieren que los crean «sinvergüenzas. Porque no manifestar que se toma el amor como un pasatiempo, es ser ridículo.
Respetar la patria y la familia, es ser retrógrado. Creer en la amistad, es ser ingenuo. como en la vida lo esencial es tener éxito, hay que reverenciar el mal aunque el alma se tiña de rubor. Que ser virtuoso y gritarlo cuando el caso llegue, sólo es patrimonio de valientes.
La cobardía no es lo único. En esto, como en tantas otras cosas, la vanidad cumple su misión de tentadora. En un espíritu débil que en equilibrio está entre el bien y el mal, la vanidad echa su peso y uecide. Calma desazones, acalla escrúpulos, sofoca las afeminadas rebeliones de una conciencia endeble.
Algo había entrevisto La Rochefoucauld cuando decía. Muchas veces hacemos de las pasiones cuestión de vanidad, aunque sean las más criminales. Algo también Alfredo de Musset cuando escribió en La Confesión de un Hijo del Siglo. Como si me dirigieran alguna lisonja, decíanme algunos que bien se conocía que no me había dejado engañar por mi antigua amada; que el amor era para mí un juego, como bien claramente lo demostraba mi conducta. es lo peor del caso que aquellas palabras halagaban en mí una miserable vanidad. En las conversaciones de los amantes, abundan esas hipocresías.
El inventa proezas, que ella escucha boquiabierta. Ora son enemigos descalabrados, ora son burlas perversas en las cuales el jugó el mejor papel. Con lo cual en vez de perder, aumenta su prestigio. No faltará, por cierto, en los comentarios de la novia la exclamación laudatoria. Qué muchacho diablo. Porque sólo en las novelas le han inspirado simpatia aquellos que van por el mundo sinceros y puros.
En la vida le movieron a risa. Será por aquello de Balzac: todas sueñan con un tipo de fuerza? El hombre rodeado de una atmósfera de bravura y de leyendas extrañas puede esperar su deliciosa sumi99 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.