pasada a cuchillo. Si argüis que ese rumor es falso, no se os creerá.
El locuaz pesimista agrega que un General, ligeramente herido, ha muerto, y deplora su muerte y compadece a su viuda, a sus hijos, al Estado y hasta a sí mismo porque ha perdido un buen amigo y un gran protector. Pregona que la caballería alemana es invencible, y palidece al nombrar los Coraceros del Emperador. Si atacan esa plaza, o se levantará el sitio sin combatir, o se irá a la derrota com batiendo; y el enemigo llegará a la frontera. como Demófilo lo hace volar, ya se encuentra en el corazón del reino, ya tocan rebato; piensa en sus bienes y en sus tierras y busca, donde depo sitar su dinero, sus muebles su familia, y vacila entre Suiza y Venecia para su propio refugio.
Pero Basilides, sentado a mi izquierda, pone súbitamente trescientos mil hombres en pie de guerra, sin rebajar uno solo; enumera los escuadrones y batallones, cita sus generales y oficiales, y no olvi da ni la artilleria ni la impedimenta. Dispone absolutamente de todas sus tropas las envía a Alemania oa Flandes; un núcleo va a los Alpes; otro menos grande a los Pirineos, y el resto allende los mares. Conoce las etapas de todas estas huestes y sabe lo que harán y lo que dejarán de hacer. Diríase que es el oráculo del Principe o el secretario del Ministro. Si el enemigo ha perdido una batalla, en la qual han sucumbido nueve o diez mil de sus hombres, eleva la cifra hasta treinta mil ini uno más ni uno menos. Sus cálculos son siempre rotundos y fijos, como emanados de la más fidedigna información. Si por la mañana tiene noticia de algún descalabro sufrido, aplaza e! convite hecho a sus amigos para la comida del día, no almuerza, y si se sienta a la mesa, come sin apetito. Si los nuestros sitian una plaça bien abastecida y fortificada, defendida por una esforzada guarnición comandada por un general valeroso, asegura que no faltan en la ciudad sitios mal pertrechados, que falta pólvora, que su gobernador no tiene experiencia, y que capitularé antes de ocho dias. Otra vez corre sin aliento, y después de respirar un poco, grita: Albriciag! Hemos derrotado completamente al enemigo. El general y la mayoría de los jefes han muerto. Ha sido una carnicería formidable; pero en la catástrofe hemos llevado la mejor parte. Luego se sienta satisfecho de su noticia, a la cual no le falta más que una sola circunstancia: la de ser cierta. Afirma además que uno de los príncipes se separa de la liga y abandona a sus confederados y que otro hará lo mismo. En su opinión la Triple Alianza es un cerbero, cuyas tres monstruosas cabezas son enemigas entre sí.
Un padre de la Iglesia, un doctor de la Iglesia. que gentes!
cuenta tristeza en sus escritos! cuénta aridezl jqué devoción tan ría, y tal vez ¡qué escolástical» dicen los que nunca han leido sue 97 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.