vida, el faro de la verdad, la espada de la justicia, el broquel generoso en que se esculpen los pensamientos que no mueren porque convienen a todos los tiempos y a todos los pueblos. Su juventud se había formado en sus grandes enseñanzas. Atraído por la antigüedad, como un hijo por su madre, había oído a Demóstenes defendiendo la libertad de Grecia, a Cicerón lidiando contra los parricidas designios de Catilina, y visto caer a los dos, víctimas de su patriotismo y su elocuencia. El había escuchado a Platón dictar en su República las leyes ideales de la sociedad; declarar que la justicia es su primer fundamento; que el poder público ha sido instituído para bien de todos y no en interés de los que mandan; que, por la naturaleza de las cosas, él concierne a los más ilustrados y virtuosos, y que aquellos que lo ejercen son responsables de sus actos; que los ciudadanos son hermanos a quienes debe educarse por los más sabios de la república, en el respeto a las leyes, en el amor a la virtud y en el temor de los dioses; que la paz entre las naciones es el deber de todas y el honor de las que sólo desenvainan la espada contra su voluntad y tan sólo para defender el derecho. En Zenón, había admirado el progenitor de esa posteridad heróica que sobrevivió a las grandezas de Roma y consoló, por la exhibición de su magnanimidad insuperable, a los que creían aún en sí mismos cuando nadie creía ya en nada.
Si vió en Horacio y en Virgilio la dolorosa imagen de la poesía cortesana revestida con las admirables galas del verso, también halló en Lucano las huellas del valor y de los dioses sacrificados, como César, a los derrotados de Farsalia. en el último linde de las letras antiguas, como si se dijera, en los dinteles de su tumba, Tácito le habló en esa lengua que supo hacer del mismo crimen un monumento a la virtud, y de la más profunda servidumbre un camino a la libertad.
Otros hombres trabajaban también en este camino cuando Tácito ahondaba con su implacable buril el inmortal y áspero surco. Porque, como esos vientos que dejan en calma las aguas de un mar para ir a agitar las de otro, Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.