Tomo tan sólo por serlo, no veían en el vencido en Waterloo, nada más que al demoledor del llamado derecho divino y del absolutismo.
Inglaterra, entonces más celosa de su poder que de su historia, prestó todo su apoyo a las naciones continentales aliadas contra Napoleón hasta que, viéndole vencido y recluido en Santa Elena, recobró la acción de su política exclusivamente orientada siempre hacia su engrandecimiento. Murió Napoleón, pero el ideal que en él halló encarnación siguió viviendo vigoroso y, uno tras otro, ha ido imponiéndose a reyes y pueblos. La pasajera restauración borbónica personalizada en Luis XVIII fué el último estertor de una dinastía y de un régimen. Luis Felipe tuvo ya que admitir y es.
cribir en su programa doctrinas anatematizadas por sus antecesores.
No bastó eso. La segunda república, con los mismos ideales, pero con procedimientos menos sangrientos que la primera, vino a ser como la advertencia suprema a las monarquias tradicionales de que seguía vivo y potente el espíritu reformador e impulsivo. La reacción que nació el de diciembre de 1851, al amparo del prestigio de un nombre glorioso para Francia, no vino a ser, en realidad, nada más que la preparación ordenada por el Destino para el advenimiento de la tercera y ya definitiva República, que hoy defiende denodadamente los inmortales principios proclamados por la primera, contra el último esfuerzo de lo tradicional y lo caduco.
No queremos ser tachados de irreverentes; pero permítasenos la comparación entre el Gólgota y Santa Elena. En aquél, al morir el Redentor, nació el Cristianismo, la Nueva Era en que se había de fundar la nueva civilización; en Santa Elena, entre los arreboles del sol naciente, al alborear el 22 de mayo de 1821, resplandecía la Francia gloriosa y libertadora que soñó el genio muerto el día anterior. ese espíritu generoso de amor y fraternidad ha ido invadiendo el mundo, rompiendo todos los obstáculos que se le han opuesto; y ese espíritu es el que está hoy en lucha abierta y mortal, con la fuerza retardataria y opresora que llevan escrita, como símbolo, las germanas banderas. Alsworth Ros Recreacic Allamira, Ra Los ignon América Fut El gran Amicis Los fanto Amundtegui Pombo. Arador Griego o San Juan Respeto.
Leyes na La paz.
Araquistain, Reforma Astier, Bacon, Franci Padres e Barrés, Maur La tradici Bello, Andrés Arte.
Benavente Beranger, Bernard, Clau Bernhardi Guerra Blanco Fombo Bolivar.
Bonald Borda, de Tratado Boutroux, Es menes Bunge, Carlos Sarmiento Castelar, Emil Capilla Sis Castelein, Legiferacic Un No, rotundo y terminante fué lo que contestó Mr. Jagow, Secretario de Estado del gobierno alemán, cuando el embajador de Inglaterra, Sir Gochen, le preguntó, el día de agosto de 1914, si a pesar de todo se detendría la invasión de Bélgica; y esa negativa era natural, puesto que la neutralidad de Bélgica garantizada por Alemania, había sido ya violada y no era cosa de volverse atrás. Para explicar su negativa, Mr. Jagow añadió que tal violación era para Alemania, cuestión de vida o muerte, pues su plan era penetrar en Francia por la vía más rápida a fin de herirla con un golpe decisivo. Obrar con rapidez dijo es el mayor triunfo en manos de Alemania. no siendo ocasión, pudo agregar, de reparar en medios.
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