llenado con su nombre la Historia de la Humanidad. Fué otro redentor; pero ¡oh justicia humana! cuatro siglos después surgen los monumentos, los homenajes y las conmemoraciones; hasta se quiere canonizarle. Es una compensación o un arrepentimiento.
Alguien ha sostenido la idea de que la obra de Colón fué inspiración divina. No hay por qué discutirlo, antes bien puede aceptarse sin reserva, pero forzosamente habrán de aceptarse también las consecuencias como propias de tal inspiración.
Colón llevó a América, por encima de todo lo demás, el ideal cristiano. Este fructificó, se extendió y tan hondamente ha arraigado que entendemos ha de perdurar allá por los siglos de los siglos.
Pero entiéndase bien que al decir ideal cristiano, nos referimos a su esencia filosófica, libre de diversidad de confesiones y sectas que afectan exclusivamente a la exteriorización y al dogmatismo del culto; nos referimos al ideal de amor y caridad que puede vivir en todos los corazones sin sujetarse a rituales determinados. Tal idea ha ido allí adueñándose de los pueblos y amoldando las políticas gobernantes, robusteciendo la fuerza impulsiva de aquellas nacionalidades, llevándolas, unas tras otras, a su independencia completa y al rompimiento de todos los nexos que las unieron a Europa. Lo que antes fué un Nuevo Mundo geográfico, ha sido y es un nuevo mundo moral y político en el que ya no es posible injertar la más pequeña rama del estático atavismo que aún queda en este viejo mundo.
Inglaterra, España y Portugal, cada una en su esfera, ejercieron el dominio de la fuerza retardataria en América, poseídas del espíritu ambicioso que desarrolló el descubrimiento y la conquista. Pero Colón, por inspiración divina o por instinto humano, había ya dejado la simiente del impulso. El choque fué rudo, persistente y san.
griento; pero decisivo. Allí han dejado las naciones europeas su civilización, su religión, su lengua; todo lo elevado, lo noble, lo grande, todo, menos su poder. Ese ha sido desterrado de allí y lo ha sido para siempre. Dónde buscar la génesis verdadera de la Revolución francesa. No se hallará acaso, mejor que en los enciclopedistas, en aquel Luis xi despótico, cruel y supersticioso para el que no hubo más ley ni otro derecho que su negra voluntad? Las persecuciones de que hizo víctimas a cuantos, caprichosamente, consideró sus enemigos, cebándose ferozmente en sus bienes y personas, sembrando odios y venganzas ¿no fueron la mejor semilla para que, algún día, germinase y fructificase convertida en ansia de reivindicación?
Cierto que dos siglos después su sucesor el Rey Sol, Luis xiv, hizo a Francia floreciente. Los setenta y un años de su reinado fueron gloriosos, por lo menos en su apariencia histórica, pues, en la realidad, el encumbramiento de la Nobleza y el Clero a costa del pueblo, no constituyen, de hecho, una grandeza nacional. Así y todo tuvo su es privó a FI cando la pecialmen tudes, el biente de reinado de y demás e En tie territorio y al Clero que pesab: otros dos única vály una situac de la riqu lamentos, clopedistas talización formas arr restablecer pavoroso tó aprestal hubo de más conte!
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