reposo de los dioses olímpicos sosteniendo la osada teoría de que la tierra giraba alrededor del Sol. Afortunadamente para el innovador, los sacerdotes de Júpiter no usaban los mismos procedimientos convincentes que utilizaron, más tarde, sus colegas inquisitoriales.
Aristarco fué tenido por loco y no sufrió otro infortunio que el de las burlas y desprecios de sus coetáneos.
Diez y ocho siglos después, a principios del xvi, Copérnico se atrevió a revivir la doctrina de Aristarco; pero temeroso de las susceptibilidades del clero, opuesto a toda teoria que no se ajustase al texto bíblico, hubo de ocultar sus convicciones hasta que, nombrado canónigo de Franemburgo, salióse de sus reservas para hacer pública declaración de sus opiniones. Escribió su De revolutionibus orbium celestium, creyendo librarse de la hostilidad de sus enemigos dedicando la obra al Papa Paulo III; pero esto no impidió que, al aparecer el primer ejemplar, pocas horas antes de su muerte, el libro fuese declarado herético e inscrito en el Indice.
Fi alizaba el siglo XVI cuando Galileo, inventor del telescopio, la má poderosa arma de invest gación astronómica destructora de leyendas, por bíblicas que sean, sufría persecuciones por sostener valientemente la teoría coperniana. La Inquisición, naturalmente, obligóle por medio de sus suaves procedimientos, a abjurar de rodillas sus errores; pero contra tal abjuración rebeláronse su fe y su inteligencia con su histórico e pur si muove.
Antes de esos dos locos, a los que luego hubo que darles la razón, otro tal, cuya locura ha alcanzado la mayor glorificación a que el hombre puede aspirar, Cristóbal Colón, reverdecía ya la doctrina de Aristarco, sostenía la redondez de la tierra y en tal afirmación fundaba su empeño en buscar, por Occidente, el camino de Oriente. Luchó con toda suerte de oposiciones y contrariedades, especialmente las que le proporcionaron los sabios e insignes teólogos que se empeñaron en ver herejías donde sólo había ciencia y conyicción. Loco o hereje Colón, resulta altamente curiosa la paradoja de que fuera un fraile, Marchena, quien lo alentase; otro fraile, Juan Pérez el prior de la Rábida, el que le facilitase los primeros auxilios, y la Católica Isabel la impulsora de la locura o herejía concediéndole las tres gloriosas carabelas, en época, precisamente, en que ella y su augusto esposo habían restablecido en Espana la Inquisición, el mismo tribunal que, aún después del descubrimiento, persiguió a Copérnico y Galileo. así otro reformador excelso, el Primer Gran Almirante, encarnando la idea impulsiva, triunfa nuevamente de su secular enemiga, representada, como siempre, por el fanatismo político y religioso.
Mas aquel espíritu altísimo, coronada su obra, después de haber dado a España y a sus reyes las más grandes riquezas y la mayor gloria en que pudieron soñar, muere pobre y abandonado en Valladolid; pobre y abandonado el sér que, después de Cristo, más ha 437 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.