reposo de tierra girab los sacerdo vincentes Aristarco ft las bui Diez y atrevió a re ceptibilidad texto bíblico canónigo blica decla orbirem cele gos dedica su nieto y sucesor Felipe II tal poder concedió al terrible tribunal que llegaron a ser perseguidos por él Juan de Avila, San Ignacio de Loyola, Fray Luis de León y hasta Sor María de Agreda y Santa Teresa de Jesús, cuyas místicas obras no se debieron creer bastante ortodoxas por los inquisidores descendientes de Pedro Arbués.
El rigor del Santo Oficio, tan extremado durante el dominio de la casa de Austria, se mitigo en mucho con el de la casa de Borbón.
Lo debilitó aún más Godoy y fué abolido por las Cortes de Cádiz.
Hubo de ser Fernando VII, el Deseado, quien tuviera la gloria de restablecerlo permitiendo y sancionando el último auto de fe que tuvo lugar en Valencia, en 1826, cuando mayor era el terror absolutista restaurado en España por Angulema y los cien mil hijos de San Luis.
La simiente de los albigenses, sin embargo, había fructificado.
Cuando el poder inquisitorial, manejado por Felipe II, era más fuerte y más temido, un fraile alemán, Martin Lutero, nacido en Eisleben en 1483, resucitó las doctrinas de los albigenses. Sus ochenta y cinco proposiciones, calificadas de heréticas, coincidían, en el fondo, con la esencia de las proclamadas por aquéllos. Tales eran la libertad de conciencia y la protesta contra el terrible cree o muere inquisitorial. Anatemas, persecuciones, excomuniones y matanzas se estrellaron contra el crecimiento continuo de los prosélitos de Lutero. Fueron los príncipes alemanes sus primeros protectores y propagandistas; poco menos que de evangelio fué conceptuado el Catecismo alemán luterano. En vano Fernando Alvarez de Toledo, duque de Alba, derrotó a los protestantes en la célebre batalla de Mühlberg, y en vano, después en 1556, estableció aquel tribunal de la Sangre contra los luteranos flamencos. La inmutable ley se cumplía y fué, entonces, Alemania la que mantuvo el esfuerzo impulsivo. Prescindiendo del carácter religioso de la Reforma, tuvo ésta el político de libertar las conciencias substrayendo las ideas al poder de los tribunales. Quién le hubiera de decir al fraile apóstata, condenado por la Iglesia Católica, que, cuatro siglos después, los católicos germanófilos de España serían los más entusiastas defensores del Representante de sus doctrinas y Jefe de su imperio! Ciegos que se empeñan en no ver el contraste entre aquellos pontífices que sancionaban y aplaudían los autos de fe; que predicaban el exterminio de los herejes y permitían matanzas como la de la noche de San Bartolomé, con estos otros vicarios de Cristo en la Tierra que reciben cordial y amistosamente a los embajadores y ministros de las iglesias disidentes. Sería ocasión de repetir con el Maestro, Mártir del Gólgota. Perdónalos, Padre Mío; no saben lo que se hacen. Aristarco, el primer rebelde quizás, en el campo de la vieja Este documento es propiedad de la Biblioteca Na Yonal Miguel Obregón azano Sul sistema racional de Biblbecause misto de cltural succhur battrical que, al apa.
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