esos infeli agotan en público, si y hasta se en que de conjunto a ¡Triste es la gloria!
seguro que Nuevo, y sólo la cas por el mu años, quizá muertos, y a la exclamación ordinaria. Cómo hemos podido ignorar durante tanto tiempo obras de tanto valor. se junta esta otra. Cuántas más no habrá, que también merezcan nuestra admiración, que podrían darnos momentos de sublime goce y que nunca llegarán a ser sabidas entre nosotros. Cuando murió Zola, un periódico canadiense publicó la noticia en la siguiente forma. Ha fallecido en el destierro un tal Emilio Zola, que se hizo célebre en el asunto Dreyfus. Todo eso es lo que sabían del gran novelista, el corresponsal que telegrafió el suceso y la redacción del diario; es decir, un grupo de intelectuales, de gentes a quienes se debía suponer conocedoras de lo que representaba el nombre de Zola, aunque sólo fuese por la cultura noticiera que comunica el leer y copiar otros periódicos.
Si esto ocurrió con un literato de fama. tan universal como el autor de Los Rougon, no puede maravillarnos que ocurra continuamente con otros que, sin dejar de tener muchos méritos, no han logrado (ni por lo común lo han pretendido) hacerse popula.
res. No hace falta ir a regiones lejanas; en Suecia, en Noruega, en Rusia, en el Japón, en China, hay sin duda innumerables literatos, dibujantes, hombres de ciencia cuya nombradía no traspasa los límites de su nación o de su localidad; pero no los hay menos, para gran parte de los europeos, en Inglaterra, verbigracia, o en el pueblo portugués. Podrían citarse numerosos poetas y novelistas de primer orden de ambos países que no han llegado al público continental (al de los Estados latinos singularmente. o comienzan ahora a ser fragmentariamente conocidos. Cuánto bien haría para la depuración del gusto estético, la difusión de sus obras!
Ni el caso de la muerte, que es el momento de las alabarizas, pone remedio a esta limitación, fundamentalmente irremediable.
Acabo de citar el hecho relativo a Zola. Con motivo del fallecimiento de Mommsen, advertía un escritor francés, el Dr. Levin, que hasta para morir se necesitaba suerte, en esto de la resonancia por el mundo; pues, sin negar ninguno de los grandes títulos que Mommsen tenía para que su pérdida fuese lamentada por todos los hombres de cultura, resultaba una desproporción enorme entre sus necrologías francesas y las dedicadas a Helmholtz. el genio más grande que en las ciencias naturales ha habido después de Newton, y a cuya labor debe la humanidad una herencia incomparable de hechos e ideas científicas. a pesar de lo cual, casi no pasó de unos pocos renglones lo que le dedicaron los diarios franceses.
Pues bien: cuando pienso en todo esto, en el sinnúmero de hombres de valer cuya obra es ignorada por la inmensa mayoría de los demás, y que, a veces, ni aun se incorpora, anónima, al acervo común, o tarda mucho en conseguirlo, y cuando recuerdo ejemplos como los que he citado antes, no puedo menos de compadecer a No do de gobier tribuna y propias pa que procu ciudadanc yan logra cometen Tal ve entre la ponde la tarea de pero no Procu Tratándo unos que que no ley debe alimente, públicas panadería pública u yen, sind últimos colombia cias me equitativ ideas, en tas? Lo 428 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.