cia, de quienes el satírico latino ha dicho que eran maestros eximios en exponer con igual eficacia el pro y el contra de todas las cosas.
Bunge se erguía todo entero y le centelleaban los ojos cuando de tal cosa se hablaba y manifestaba sin ambajes, en términos que hacían escocer las orejas, su desdén profundo por la producción careciente de sinceridad. Esta cualidad era, a sus ojos, la más esencial y típica de toda obra: si no era o ya existente o ya aparente, nada podía sal.
var tal producción; en cambio, una vez comprobada aquélla, cualquier deficiencia tenía tan sólo, en su concepto, el significado de un desliz venial fácilmente corregible, pues no era pecado de ciencia y malicia sino de inocencia y flaqueza. Jamás pudo apreciar ni comprender al escritor que escribía sin convicción, como profesional retórico o como aficionado a sostener con glacial indiferencia tesis más o menos opuestas o arriesgadas: deseaba y pretendía siempre que quien escribe siga las órdenes y obedezca los mandamientos de una convicción cualquiera, aun cuando resultara ésta errónea, pero siempre que fue.
ra sincera: tal era la suprema honestidad de su conformación mental.
Cabe equivocarse decía con frecuencia en intimidad pero eso es humano y excusable; lo que es absolutamente indisculpable es escribir de mala fe o sin convicción alguna.
Como todo hombre consciente de su propio valer, era bueno, fundamentalmente bueno, porque no le hacía sombra nadie y creía a macha martillo que había lugar para todos a la luz del sol: su exterioridad, algo brusca a veces, y su incorregible sinceridad, que le impedía disimular sus impresiones o fingir lo que no está en el ánimo, posiblemente le conciliaron poca benevolencia en algunos o aun le atrajeron la animosidad de otros, quienes lo proclamaron orgulloso o malo. Nada de eso había: su bondad era grande y tomaba con fervor el procurar la perfección; llevaba el corazón en las manos y era un Juan de buen alma. Es evidente que, como todo ser humano, tenía sus defectos, cuyas cargas y pesadumbres llevaba estoicamente; pero nadie está exento de imperfecciones fisicas o morales, y son ellas hasta cierto punto imprescindibles, porque plasman las sombras que, en todo cuadro, dan más realce a las luces de lo irreprochable, que sobresale así más a la vista. De una independencia sin límites, temió siempre verla perdida y enajenada si entraba a la parte con otros en la vida pública, y deliberadamente comenzó desde temprano a torcer el camino hasta llegar a vivir en un desierto muy remoto de la política siendo así que, como sus ojos penetraban el cristal y no se le escondía nada, sabia que renunciaba de tal guisa a la satifacción de la notoriedad que la prensa diaria consagra y el grueso público otorga, al buscar al favorito del día para adorarle y ofrendarle; prefirió la triple modesta semi obscuridad del tribunal, de la catedra y del libro, que tienen sólo un círculo limitado de personas como auditorio o apreciadores, pero dedicó en una torre de su real 419 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.