temperamento del escritor y en la acción del profesor, allanando y suavizando todo; la meticulosa conciencia investigadora del productor intelectual daba relieve y honda seguridad a la palabra del catedrático y a las opiniones del jurista, y grande era en eso su destreza y agilidad; la actuación vívida y de humana simpatía de la cátedra, tan maestra en juntar voluntades, caracterizaba la indole de los trabajos del autor de tanto libro, y estampaba un sello inconfundible en sus produciones judiciales, dando paso libre a la justicia. Es un bello ejemplo el de su vida, que a diario ponía en su entendimiento más luz y claridad: tolerante, ecuánime, infatigable en el trabajo, sincero en la producción, y siempre listo el aplauso para el esfuerzo ajeno.
Y, sin embargo, Bunge era hombre de convicciones arraigadas y batallaba por ellas siempre con la prueba al ojo; no embozaba la verdad ni andaba de mosca muerta, ni velaba sus opiniones, sino que por el contrario, entraba por brecha y asalto en las contrarias: estuvo a todos los encuentros animoso. Era un adalid que se ponía por escudo y amparo de lo que consideraba acertado; jamás contaba el número de los adversarios de su manera de ver, y capaz era de tomarse con el mismo Satanás en persona: no mostró jamás flaqueza y disputaba belicosamente por el triunfo de sus ideas con entusiasmo, sinceridad y perseverancia tales que, aun cuando no le brindaran siempre la victoria, por lo menos le conquistaban el respeto de todos. No concertaba pactos indignos con lo que consideraba un error, y no temía hacer campo uno solo contra todos. Pero, sea en defensa de sus propios ideales o en lucha con los ajenos, si ben su palabra hablada o escrita era neta y enérgica, sin desfallecimientos ni salvedades, había heredado la nobleza con la sangre y jamás descendió al terreno del personalismo: combatía exclusivamente por ideas, y la persona del adversario, sobre todo cuando era visiblemente sincero, le merecia derecho riguroso a toda consideración y respeto. Habría creído faltar a la reverencia y acatamiento que a su propia conciencia debía si hubiera empleado, a guisa de argumento de efecto, un ataque directo o indirecto a la persona, a las posibles debilidades de todo hombre, a las imperfecciones de que casi nadie puede escapar, por más que quiera hurtarles el cuerpo. De ahí que una polémica con él, vibrante y contundente en el terreno de la doctrina, siempre fuera cortés y caballerezca entre los contrincantes.
Tenía echada en su vida tan hondas raíces la conciencia de lo sagrado de la producción intelectual, que consideraba ésta como un culto, con sus ritos y sus dogmas: era un cuasi iluminado, un místico, un benedictino laico. No comprendía cómo otros podían en esto obrar con indiferencia, pues para él era un bien donde se encierran todos los bienes: ni vadeando un piélago profundo alcanzaba a entender la singular elasticidad de aquellos retóricos de la decadencia, de a en expor Bunge tal cosa escocer de since de toda var tal deficien venial fa sino de escritor aficiona opuesta siga las cualqui ra since Cabe ec humang bir de Con fundam a mach exterior que le en el alguno proclar grande corazó.
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