Y cu El proce pintero inteligente, un joyero honrado, un pintor de gusto, los buscáis por intermedio de quienes tienen razones para conocer la idoneidad de esos artesanos. Introducid el título oficial, la garantía del Estado en el campo de los oficios, y todo este sano movimiento cesará como por encanto; al normal deseo de saber, sucederá el ansia perniciosa de llegar, de alcanzar el título, la prebenda; al sincero propósito de seguir un plan propio, substituirá la tentación de reducir el tiempo impuesto por el plan oficial, cuya utilidad procede, no de las aptitudes reales que comunica, sino de la idoneidad que a libro cerrado consagra.
Por eso pudo decir Horacio Mann que el día en que el Estado monopolizara la enseñanza profesional y la expedición de sus títulos, ese día sería de duelo para la cultura. Este sentir, que es el general en la gran democracia americana, ha hecho a ese pueblo resistir toda tendencia a mezclar al gobierno nacional en la administración de sus universidades; y aunque hay en ese país universidades de provincia, ellas son por lo general institutos realmente autónomos y no pueden compararse en número o poder, con las universidades libres de Harvard, Columbia, Yale Cornell y centenares de otras más, con las cuales, por otra parte, se hallan en franca y democrática competencia.
Como se sabe, los Estados Unidos tienen alrededor de seiscientas universidades, en cuyo funcionamiento ningún gobierno se entromete. Son absolutamente libres de graduar un médico en dos años o un ingeniero en tres meses. Pero por esta misma razón, nadie se engaña en ese país respecto del valor intrínseco de un título universitario. no reflejando la mera posesión de un título ventaja alguna, claro es que nadie prefiere el signo a la cosa, es decir, la competencia real, a la experiencia profesional. Es la reputación lo que hace al médico y al ingeniero, como hace al sastre y al pintor.
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