basta a haceros felices si le cumplís con exactitud. pesar de sus virtudes y de su ancianidad no era insociable, y quería se tomasen inocentes recreos dando él ejemplos de ello. En una ocasión en que estaba divirtiéndose con una perdiz domesticada, le dijo un cazador que semejante entretenimiento era indigno de su persona. El reprensor tenía en la mano el arco, pero flojo; y el Apóstol le preguntó por qué no le tenía siempre tirante. Contestóle, que para evitar el que perdiese su fuerza. Pues por qué llevas a mal, le replicó el Santo, que por la misma razón conceda yo algún solaz al ánimo. 1)
ARADOR (1) Geron. de Script. eccl.
La tolerancia Nada hay tan fastidioso como un hombre comido por la roña de la intolerancia. En donde mejor se pulsa la cultura de un alma, es en esas estériles discusiones en que el intolerante, a fuerza de intransigencia, se acalora sin dejar hablar a su contendor, acabando por irritarse. Ya en este grado, tornarse un basilisco y encararse como un agresor, es cosa fácil. Por lo regular, estas pequeñas almas mordidas por el agua fuerte de la intolerancia, asumen un aspecto ridículo y enojoso a un tiempo mismo, siendo dignas de piedad. En la Italia del Renacimiento se ponía sumo cuidado en educar las almas en una perfecta ecuanimidad. Cuando aparecía un individuo fanático de sus ideas, era objeto de las burlas más finas y de la más fina ironía. En Grecia, las discusiones del Agora tenían por norma esa envidiable serenidad que hizo de aquel pueblo el primero del mundo. Cuando el intolerante da con un alma similar a la suya, surge el rencor como un duendecillo funesto a soplar en la hoguera de la discordia. Si el que lo oye es un hombre culto, consciente de su educación y del respeto que se debe a sí mismo y permanece pasivo ante la intransigencia, el intolerante se exaspera y acaba por llamarse un incomprendido. Porque precisamente, eso tienen las almas fanáticas: creer que poseen toda la verdad en sus manos y que todas sus ideas son definitivas. Un espíritu intolerante es algo verdaderamente insoportable que acusa una dolorosa plebeyez intelectual. Alma intolerante, insufrible un día y esotro agresiva, será siempre asilo de hieles nocivas que amargándolo todo, harán de la vida, que es alegría, serenidad y belleza, un hervidero de dolores indecibles.
EDMUNDO VELÁZQUEZ San José, Oct. 1918.
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