porque PL iVez ted de usted tidio paz y este ca po, no puede que. com serias, la impo sentido, es en lo referente al pecado social de la «intolerancia. contra el que bufan y trinan los hombres y las mujeres que tienen la mania de creerse muy tolerantes, y, lo que es peor, la de contárselo a todo el mundo. Aquí sí que puede decirse que van los proyectiles a la cabeza de los atajados, cuando debieran estrellarse en las de los atajadores.
Esto es lo que vamos a ver, con clarísimos ejemplos y no con estiradas metafísicas, que marean más que convencen, y además no caben en la paciencia angelical de usted ni en la mía.
Como punto de partida, y para los efectos legítimos de esta conversación, hemos de fijar el verdadero alcance que tienen la intolerancia y la tolerancia a que me refiero.
Llámase, en el ordinario trato social, intolerante, al hombre que, de cuanto ve a su lado, solamente aplaude lo que le agrada, o le parece ajustado a las leyes del buen sentido; y se llana tolerante al que lo aplaude todo, racional y absurdo, serio y ridículo, cómodo y molesto; al que a todo se amolda en la sociedad, menos a tolerar con calma que otros censuren algo de ello. dice usted, como deducción lógica de estas dos definiciones. Luego viene a quedar reducido el caso, si no es cuestión de más o de menos franqueza, a tener o no tener paladar en los sesos. De cualquier modo, pierden el pleito los señores tolerantes.
Es la pura verdad; y para remacharla, vayan ahora los prometidos ejemplos, pues, como decía el soldado de la comedia que tanta gracia nos hizo en cierta ocasión. con los deos se hacen los fideos. Concurre usted ordinariamante, para esparcir las nieblas del mal humor, a un punto (llamémosle donde halla conversación, siquiera tolerable, lectura deleitosa, espacio para revolverse y mue.
lles sillones en qué tender, en un apuro, el cuerpo quebrantado.
Allí no choca que usted permanezca mudo y silencioso, si el hablar le incomoda; ni lo que se hable le molesta, porque si no es instructivo ni risueño, tampoco es sandio. Aunque el tal esparcimiento no es cosa del otro jueves, para quien, como usted, no los cuenta por docenas, vale más de lo que parece. Pero un día se ve invadido el local por una turba de gomosos, que tararean trozos de ópera, y hablan a gritos, y se tumban sobre los muebles, y aporrean las mesas con los bastones, y se tirotean con chistes de tincón a rincón, y se descubren sus calaveradas del gran mundo. y lo demás de rúbrica en tales casos y entre tales gentes. Sufre usted con paciencia esta primera irrupción, y casi, casi, la segunda; pero al ver en la tercera que el mal se hace crónico, renuncia usted generosamente a sus adquiridos derechos, y no vuelve a poner los pies en aquel centro de racionales entretenimientos.
Uno de los tolerantes que con usted concurría a él, le encuentra en la calle andando, los días. Cómo no va usted ya por allá? le dice, abrazándole.
Trá abruma fin, con das y una his acaba propósi que ust labras; Oviedo pasó cc cípulo que lles vuelta a. Ca con uste Τοι ha teni Mec seis, se del alba De una 332 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.