Una dama espléndida y de buen humor, reúne en su casa, muy a menudo, una escogida sociedad. La tal señora no tiene, en buena justicia, prenda que digna de notar sea en su persona. En terreno neutral, sería una completa vulgaridad. Pero hay lujo en sus salones y gabinetes, variedad en sus fiestas, abundancia en sus buffets, novedad en sus trajes, y siempre una sonrisa en su cara. Los asiduos tertulianos se saturån de este conjunto; siéntense repletitos de estómago en el elegante comedor, bien divertidos en el estrado suntuoso, hartos de música y de danza, y todo de balde y cada día. Cómo, a la luz de tantas satisfacciones, no ha de parecerles encantadora, o por lo menos distinguidisima, la persona que se las procura, con celo y desinterés verdaderamente maternales?
Así nace la fama de esa distinción: pregónanla las bocas de los tertulianos donde quiera que se baila y se cena de balde, y luego en corrillos y cafés, y cátala proverbial en todo el pueblo, y a la dama, autorizada para enmendar la plana a la moda reinante y acreditar caprichosos aditamentos de su invención, como prendas de gusto superfino.
Enséñansela en la calle a usted, que no baila, y dicenle los que la saludan. Qué señora tan elegante, tan chic. y qué talento tiene!
Ni usted la halla elegante, ni eso que los elegantes llaman chic, no sé por qué; ni ha visto usted una muestra del ensalzado talento; pero tanto se lo aseguran, que antes duda usted de la claridad de su vista y de la solidez de su juicio, que de la razón de la fama.
Al mismo tiempo pasa otra señora, bella a todas luces, elegante sin trapos raros, y discreta a carta cabal; y usted, que es sincero, dice al punto a los otros. Esto es lo que se llama un tipo elegante y distinguido. Cierto que no es enteramente vulgo le contestan con desdén. no es fea, no es tonta. pero le falta, le falta. vamos, le falta. Qué canario. digo yo: lo que le falta es dar un baile cada tres días y una cena en cada baile, como la otra; pues la mayor parte de los juicios que hacemos de las cosas, dependen, según afirmó muy cuerdamente el poeta, del cristal con que se miran.
Demuestran los casos citados, y otros parecidos que no apunto por innecesarios, que la señora fama no juega siempre limpio en sus pregones, y que al inocente que se descuida le vende gato por liebre, o, siguiendo el símil habanero, ataja sin caridad ni justicia al primer transeunte que corre delante de ella, mientras el verdadero delincuente fuma tranquilo el robado veguero dos puertas más abajo.
Pero, al fin, estos ejemplares no mueren en el trance, y, aunque heridos y maltrechos, llegan a curarse; y, en ocasiones, hasta parece el ratero y lleva su merecido en la cárcel de la opinión pública.
Donde el ataja es de muerte, y completa la perversión del buen 331 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.