sin ser literato de oficio, muy dignas de un Centón modelo; pero volvamos a Benavente, clásico por más de un motivo, según biógrafos de viva voz. El cantor de la miseria» me parece también una pequeña obra maestrá, y eso que la pongo en tercer lugar, aunque para gente más entendida pueda ocupar el primero.
Creo que esta es una de sus famosas crónicas de «Sobre mesa. Principia por el desprecio que siente el vate callejero hacia la aristocracia del centro y se va con la música por las orillas, dando gusto a la gente menuda. Canta la pobreza de Cristo y la de San Francisco de Asís, en versos a veces sin sentido ni lógica «pero resplandecientes de armonía. Sus miseros oyentes, de aquel barrio mezquino, le escuchaban embebecidos con las santas palabras. justicia, piedad, esperanza. Jamás cantó de otros amores. Pero, verán ustedes. la hija del rey era muy aficionada a la poesía. Quiso y consiguió oir al «cantor de la miseria. Este la hizo llorar, y como estaba tan hermosa llorando, el infeliz se enamora de ella y canta su hermosura. La Infanta lo hace su cantor de cámara, y de ahí en adelante, se deja de cantar miserias. Desde entonces, el vulgo desconfia. Bah! Cantor de la miseria, hasta que las princesas quieran oirle. La ironía final es lo mejor del cuento. Sigue a tan humano «Cantor» en orden y también, a mi juicio, en mérito un cuento arcaico; puesto que parece referirse a cosas de Roma pontificia del siglo en que escribía el Aretino y nuestro Delicado, si no se remontan al propio tiempo del Arcipreste de Hita y de Boccacio, cuando bonitamente se escribieron, por gente de sotana, las mayores crudezas en torno al Vaticano. Esta de ahora, benaventina, es muy decente, si se compara con aquéllas; pero me resulta tendenciosa, y pienso que hoy no la firmaria su ilustre autor.
Este ha evolucionado como tantos otros, dentro y fuera de España, en sentido conservador de política y costumbres sociales, a lo menos de pública decencia.
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