no actor, y obtiene su emoción sin esfuerzo, sin pena y sin peligro. Pero una cosa tan buena no es para ser obtenida tan fácilmente. Es el hombre dispuesto a ponerse los guantes y a «ser castigado. el que ha ganado el derecho de gozar el boxeo de otros.
La razón principal de que los deportes nacionales degeneren, es que, cuando la gente se ha vuelto perezosa y floja, no gusta de hacer su propia diversión, sino que se la den hecha, permitiendo que se derrame la sangre barata de bestias, esclavos, criminales, cautivos, gladiadores y toreadores, porque es demasiado prudente para arriesgar su propia piel.
El espectador parasitario es responsable del monstruoso y paralizador exceso que se muestra en los deportes. El aficionado a deportes es refrenado de incurrir en tales excesos por el precio que tiene que pagar en peligro y dolor. El espectador no conoce este impedimento; embrutecido por la costumbre, demanda espectáculos más y más sensacionales y escandalosos. Así en el curso de los siglos el populacho romano se volvió glotón de sangre. En un sólo espectáculo, Trajano produjo once mil animales, y Claudio un combate marítimo en el que diecinueve mil gladiadores se descuartizaron unos a otros hasta que las aguas del lago se volvieron rojas.
Entre nosotros, multitudes que quieren, no jugar sino ser divertidas, participan por imitación interior en contiendas de profesionales, cuando deberían estar en sus propios juegos. Los que cazan, pescan, reman, navegan, saltan, juegan golfo, desprecian a los falsos atletas por poder. El «fan» que no es otra cosa, es un mirón en los juegos de otros. El menos atleta de los hombres, jamás juega nada él mismo sino que se contenta con ser un mero cazador de espectáculos. Su historia de multitud y su partidarismo disgusta al verdadero hombre de sport y pone el deporte en manos de los que juegan por el dinero que hay en ello.
Aparte de su atractivo de garancia fácil, el juego de azar fascina porque sus situaciones conflictivas apelan al mismo instinto que se excita en las regatas o el juego de pelota, en la competencia de los negocios o la especulación de valores de bolsa. Su reacción, a diferencia de la de contemplar combates físicos, no es brutalizadora.
La sociedad condena al jugador, cuyo interés no es sino el del hombre de negocio, porque no crea valores y destruye los buenos hábitos. Desde el momento en que el prurito de obtener algo por nada, penetra en la sangre de un pueblo, éste pierde la voluntad para la industria. y el ahorro, al paso que todos los parasitismos el robo, el petardeo, el fraude, la extorsión el peculado, la impostura. florecen con una exhuberancia trpical.
Un gran número de diversiones excitan abierta o sutilmente el muy antiguo e imperioso instinto del macho. Bailes sensuales y promiscuos, exhibiciones de muchachas, representaciones risqué, el desnudo en el arte y el atrevimiento en literatura, halagan porque están satu lizaciones deseos. para excit ciones ent na otra cr libre curs con la pol cencia y sualidad serían des ligro.
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