le la as 0, aan le OS es ne OS a toro para que sacie su furor, no es por supuesto parte del combate, sino un regalo a la sed de sangre de la multitud. Los devotos de las corridas de toros insisten en que éstas fomentan la «valentía. pero ¿cuál es la valentía de los espectadores que desde sus lugzres de seguridad gritan más cerca» al matador, comparada con la del aviador o del montañés que buscan sus emociones arriesgando su propia vida, no la de otros? Observando a los niños en el circo, observando cómo aun los muchachos en la calle juegan toros y matador, comprende uno por qué la historia de una estirpe tan hermosa como la celtibérica está manchada con el maltrato de los animales domésticos, el uso de la tortura y la crueldad para con los enemigos caídos, y la inclemencia con los adversarios políticos. Pocos años hace un Gobernador mexicano se dirigió a su pueblo con las proféticas palabras. Díaz está viejo. Cuando muera. qué sucederá? Yo os digo que mientras vuestras recreaciones se concentren en el circo de toros, mientras vuestros hijos y vuestras madres con niños en los brazos concurran a estos lugares, México será una tierra de revoluciones. Ahora que la mano fuerte de Diaz todavía os sostiene, comenzad a buscar un sustituto en recreaciones constructivas del carácter. El boxeo difiere de la arena en que los combatientes son hombres libres y sus armas no son mortales. Apela sin embargo a instintos tan primitivos como aquellos que encontraban satisfacción en los duelos de los gladiadores. El Presidente Stanley Hall testifica. Presenciando grandes combates pugilistas, lo que algunas veces me permito hacer para estudiar la naturaleza humana, las tres sorpresas son: primero, mi propio intenso y absorbente interés que me hace sentir la necesidad de gritar y chillar como un indio salvaje lo mismo que los otros, y talvez saltar al circo; segundo, una especie de refrescamiento catártico después de una tempestad cerebral, la cual, como una tormenta, clarifica el aire; y tercero, que veo tantas personas respetables allí que yo conozco pero que no desean que yo las reconozca. Alivio hay sin duda en el goce de prehistóricos estados mentales, pero si el boxeo se abriera a los niños y a la juventud, los brutalizaría como lo ha hecho el circo de toros. Lo que hace que los encuentros pugilistas no sean más brutales de lo que son es, no la delicadeza de sus partidarios, sino el sentimiento del público. El disgusto por abanicos de combate en un suave asalto, el entusiasmo por articulaciones desnudas, y una lucha hasta «el fin. indica que, a no ser por el voto de la sociedad, la reaparición de los combates de gladiadores sería un negocio de hacer dinero en las grandes ciudades de hoy.
Moralmente hay una gran diferencia, en esta clase de recreaciones, entre recibir la intensa sensación de luchar uno mismo y ver a otros luchar. En este último caso el hombre es espectador, 251 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.