imataderos de Chicago. Porque es el modo más rápido de salir de Packingtown, respondió. No es extraño que gentes que raspan cerda de puercos sesenta horas en la semana, y viven en casas mezquinas y oscuras, frente a terrenos fangosos, o llenos de carbón quemado, o frente a caminos de rieles, busquen el encendido calor del compañerismo de taberna y beban para olvidar.
Debe haber, pues, recreaciones, si las gentes exhaustas no han de envenenarse con drogas. Pero la cuestión de lo que haya de servir de recreación está lejos de ser una cuestión privada. Menos aún puede dejarse a la conciencia de proveedores de diversiones comerciales. Porque ellas tocan y despiertan los instintos, y porque los instintos pueden provocar el yo selvatico, las diversiones han dado siempre origen a muchos de los principales problemas éticos de la sociedad. La experiencia de los pueblos civilizados con ciertos deportes que excitan los instintos aborígenes de combate, prueba que tenemos aquí que resolver una cuestión muy seria, Los sangrientos espectáculos de combates entre hombres y fieras ofrecidos por las clases gobernantes de Roma como medio de complacer al populacho, contagiaron a todas las regiones del Imperio, menos a Palestina, y fueron por cuatrocientos años una influencia dominante en el antiguo mundo. La hipótesis reciente de que «no eran un agente brutalizador sino un resto de brutalidad dejado atrás» está refutada por el hecho de que no eran latinos en su origen, sino etruscos, y de que Roma no los conoció sino cinco siglos después de fundada la ciudad. Al principio tales espectáculos eran ocasionales, pero luego hubo verdadera manía por ellos, y el amor adquirido por el derramamiento de sangre se perpetuo de edad en edad. Cđando Antiochus introdujo los juegos en Siria, la primera impresión fué de disgusto, pero su repetición cambió este sentimiento en aprobación. Grecia, superior en civilización, repugnó por mucho tiempo los espectáculos sangrientos y sólo la plebe llegó a gustar de ellos. Hasta el fin, las clases educadas los condenaron unanimemente.
El daño moral causado por la arena es incalculable, pero es significativo que el mundo romano permaneciera duro y brutal hasta que el estoicismo, y más tarde el cristianismo, trajeron un espíritu de dulzura, y que ninguno de sus pueblos experimentara la gradual y genial humanización que se efectuó en el desarrollo de los griegos.
Que moralmente las corridas de toros han sido una piedra de molino atada al cuello de los españoles, los mexicanos y los peruanos, no lo duda nadie que las haya visto alguna vez. Al principio fueron un juego caballeresco, pero con el paso de las generaciones que habían bebido en los espectáculos sangrientos del circo de toros casi con la leche de la madre, degeneraron. Hoy la multitud de espectadores muestra un gusto absolutamente depravado por ver la carne viva desgarrada y la sangre brotando. El caballo viejo vendado, presentado al toro para un regalo corridas pero cua res de se la del avi su propi circo, ob toros y tirpe tan trato de para con políticos.
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