Aprendidas respuestas, lábitos adquiridos, los recortes y adornos para hacernos aceptables, de tal manera ocultan nuestras tendencias originales que pronto son difíciles de conocer. Para descubrirlas debemos observar a los niños en estado de libertad, o a los adultos en sus momentos de revelación, es decir, en momentos de abandono, distracción, soñando, divirtiéndose, de improviso proyectados sobre una situación extraña, o enfrentados a una crisis, cuando obran rápidamente y por subconsciencia.
Desde que nuestras tendencias originales, digamos instintos para abreviar, no proceden de la mano del Creador ni de la «caída» en el Jardín del Edén, es ocioso tratar de hacerlos inherentemente malos o buenos. Cada uno de ellos, durante el proceso de su adquisición, fué un estímulo para sobrevivir, y de consiguiente fué bueno. Pero, debido al poder de la herencia, un instinto puede perdurar más allá de la vida salvaje en que fué útil. En el breve período histórico las condiciones de la vida han sufrido tan inmenso cambio, que más de una tendencia original del hombre ha llegado a ser un obstáculo para el que lo posee y una amenaza para la sociedad. En nuestro actual estado, por ejemplo, los impulsos de embromar, atormentar e intimidar hacen daño y deben ser combatidos, amén de que, por la paz social, los impulsos de combatividad deben ser guiados con seguridad.
La novísima doctrina de que toda tendencia natural es buena, está tan lejos de la verdad como el venerable dogma del pecado original.
En los instintos primitivos los moralistas han percibido las raíces de grandes vicios. Los padres se exasperan por las maldades e iniquidades de sus hijos. Maestros, clérigos, jefes de empleados, magistrados e instructores, en una palabra, el cuerpo todo de domadores de hombres, se encuentran continuamente confundidos por la obstinación de la naturaleza humana. La eficiencia es siempre perjudicada por la innata inquietud del hombre, por su sed de vagar, su hábito de vivir en manadas, su confianza en sí mismo, su necesidad de excitaciones. Son estas peculiaridades las que impiden que las gentes vivan de acuerdo con los modelos que les han enseñado. la vida de la razón del sabio. a vida celestial» del santo. Así todo lo que es autoritario en nosotros mismos y en la sociedad ha tratado de reprimir los instintos en interés del propósito racional.
Peor todavía, los profetas han combatido con frecuencia fuertemente el cuerpo y el espíritu y estigmatizado las propensiones de aquél como bajas y brutales. Es sólo el alma la que lucha por el bien, la verdad y la belleza. Apetitos, impulsos e inclinaciones naturales, siendo como son de la carne, deben ser destruidos. De aquí que sistemas religiosos y éticos hayan frecuentemente caído en un ascetismo morbido, condenando la comodidad, el placer, la 245 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.