¿La segunda? La segunda, la tercera, la cuarta, todas se nos han venido encima, una tras otra, con la rapidez del diario, es decir del auto propio o alquilado, y nosotros andamos en carreta, y hemos podido examinar algunas en conjunto y en detalle y persuadirnos de que son.
irrefutables. aquí pondríamos punto final, si no nos viniera en ganas decir las causas de la depreciación de los billetes de todas clases, muy otras que las indicadas por la ignorancia de unos y la mala fe de otros.
En 1914, la moneda era de oro acuñado y su auxiliar de plata de 900 milésimos estaba depositada en la Tesorería Nacional respondiendo colón por colón de los certificados que la reemplazaban en la circulación. No habiendo campo para especular, a causa de la solidez de la moneda y la cuasi invariabilidad del cambio internacional, no había, no podía haber especuladores, en el mal sentido de la palabra. Pero vino en ese año al poder un hombre sin preparación suficiente y, lo que peor fué, por caminos diferentes a los de la Constitución y la ley, y toda la Administración se resintió de los efectos de su pecado original.
Imbuído en extrañas ideas, enteramente contrarias a las que habían venido realizando las naciones más adelantadas del mundo, no comprendió que la base de oro del sistema económico y fiscal que poseíamos era la clave de nuestro engrandecimiento material, y, con un simple decreto dictatorial, fundó un banco de Estado, banco emisor de papel moneda, el Banco Internacional.
El antagonismo entre la moneda de oro y el billete inconvertible apareció en el acto; la diferencia de valores se marcó, la ley de Gresham entró a funcionar, y el campo de la especulación quedó expedito. Los gladiadores del agio no tardaron en aparecer y, con ellos, los defensores áulicos de toda mala causa acusándolos de serlo del desprestigio del billete y del vaivén de los cambios. Como si las moscas y los gusanos que corroen la úlcera cancerosa fueran la causa de ella!
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