Proudhon

gentes extrañas, y comprendió entonces que su puesto estaba allá, entre los suyos, y que permanecer alejado de ellos equivalía a una cobarde deserción.
Por primera vez echó de ver el egoísmo de su conducta al querer eludir con su ausencia definitiva la parte que le cabía en el sufrimiento general y las obligaciones que le imponía su deber de ciudadano y de caballero: recordó que al otro lado del océano reclamaban su presencia una joven desamparada de cuya desgracia era también él responsable, y un pueblo necesitado del concurso de todos sus buenos hijos para redimirse. al pensar en todo esto sintió en su alma renacer la fe, a la vez que un rayo de esperanza, rasgando el velo del porvenir, le mostró en lontananza el risueño cuadro de un hogar reconstruído a la sombra de un árbol sano y vigoroso, en el centro de un país feliz, regenerado por la libertad, la virtud y el trabajo.
Cuando la visión se desvaneció, Fernando tomó nerviosamente la pluma, puso cuatro líneas al propietario de la casa para proponerle la rescición del contrato, escribió un largo telegrama para Margarita, y llamando luego por teléfono a las oficinas de la Trasatlántica Española, ordenó que le reservasen un camarote en el vapor Monserrat, que salía para Costa Rica a principios de la semena siguiente.
Hay dos especies de hipótesis: unas voluntarias (o a sabiendas)
y otras involuntarias. Estas últimas son los prejuicios y son las peligrosas.
Hasta hoy, la metafísica no ha sido más que el charlatanismo de los filósofos. Pero no se jacten demasiado los filósofos modernos. El siglo próximo se burlará de ellos como se burlan ellos de sus predecesores. Dejando de lado la literatura, no existen, fuera de las matemáticas y de las ciencias físicas, más que monumentos de la locura humana.
Trad.
COLINS De Proudhon: Para formar una familia, para que el hombre y la mujer encuentren en ella la placidez a que aspiran sin la cual, acercados por el deseo, no se unirán nunca completamente, precisa una fe matrimonial. Quiero decir, una idea de su mutua dignidad, que, elevándolos por sobre de los sentidos, los haga, uno relativamente al otro, más sagrados aún que queridos, y haga de su comunidad fecunda una religión más dulce que el amor mismo. Sin esto, el matrimonio 207 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.