gentes e entre los cobarde Por querer el sufrimien ciudadan reclamab era tamb todos su sintió en rasganda cuadro vigoroso la virtud Cuan la pluma nerle la garita, y tica Esp Monserr guiente.
quitaba el freno al potro; pero doña Virginia está en el comedor. Quiere que le avise. Mejor no le digas nada, pues voy a quedarme un rato en el jardín. don Rafael. Anda viendo la finca con un extranjero. Un extranjero. Sí, un señor que llegó a pie hace un rato.
El mozo se alejó con el caballo, y el caballero después de vagar un momento por las enarenadas callejuelas se sentó dentro de una glorieta, sacó del bolsillo una cartera y un lápiz y se dispuso a escribir.
Imposible es imaginar sitio más delicioso que aquel bien cuidado jardín con sus macizos de rosales de todas las variedades imaginables, sus arriates poblados de claveles, azucenas y jazmines, con cenefas de violetas y geranios en medio de los cuales se erguían de trecho en trecho camelias blancas y rosadas, lirios y nardos de exquisito perfume. No se oía otro ruído que el lejano bramar de las vacas, el chapoteo de los surtidores de dos fuentes rústicas en cuyas puras aguas bullían mil pececillos rojos, y el zumbido de las abejas y moscardones que acudían en bandadas a disfrutar del banquete que allí les brindaba la naturaleza auxiliada por el arte.
El matinal visitante escribía a ratos, luego soltaba el lápiz y movía maquinalmente los labios y de cuando en cuando dirigia la mirada a las ventanas de la casa, cuyos postigos continuaban cerrados.
Así comienza la bella novela costarricense EL ÁRBOL ENFERMO, de don Carlos Gagini. Termina del modo siguiente: Durante algunos minutos permaneció Fernando de codos en el escritorio con el puño cerrado entre las cejas. Cosa extraña! cuando alzó la frente no se advertía en su hermoso rostro señal de abatimiento, sino esa luz de la mirada y esa contracción de las facciones que en las grandes crisis revelan una resolución inquebrantable, dispuesta a atropellar todos los obstáculos y desafiar todos los peligros. Era que ante los ojos de su pensamiento acababa de pasar enlutada y llorosa la imagen de aquella mujer en quien tan ferozmente se había ensañado la suerte, de aquella pecadora más inconsciente de su falta que la heroína de la epopeya griega, de aquella adorada criatura, víctima de neurosis hereditaria y de un ambiente sensual y malsano, flor purísima hollada por la planta de un extranjero insolente. Era que en pos de esa triste isión había desfilado otra no menos triste, la imagen de la patria que él había deseado ver feliz, próspera y libre, y que ahora contemplaba empobrecida, ultrajada, roída por la concusión y por los vicios, empujada a pesar suyo por la precipitada pendiente que conduce a la disolución y a la ruina. Se representó a su patria como un bello jardín abandonado de sus dueños y expuesto a ser pisoteado por Hay y otras peligros: Hast mo de siglo pr predeces las male la locura Trad.
De Para tren en deseo, monial.
dolos pa más sag una reli 206 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.