Era un joven como de vientiocho años, de tez ligeramente morena, ojos y cabellos negrísimos y facciones enérgicas que habrían dado a su fisonomía cierta expresión de dureza, si no la suavizaran la boca sensitiva y la mirada acariciadora.
De regular estatura, esbelto y fuerte, revelaba en su traje y movimientos esa distinción que sólo se adquiere en los salones; y por sus manos bien cuidadas y sus musculosos brazos podía conjeturarse que era uno de los hombres que sin desatender la cultura del cuerpo consagran más tiempo a la del espíritu.
El camino era cada vez más pendiente y solitario y había reemplazado a las piedras una gruesa capa de polvo sobre la cual trotaba sin ruido el brioso potro. No daba señales de cansancio el noble animal ni aflojó un momento el paso de pronto al llegar a lo alto de una loma, torció a la izquierda como quien conoce el terreno, siguiendo un sendero sombreado por dos hileras de naranjos cuyas ramas se doblaban al peso de la fruta.
El viajero levantó entonces la frente, como quien despierta de improviso, y al reconocer el paraje brillaron sus ojos, se irguió en la silla, se limpió el rostro con el pañuelo y sacudió con el latiguillo el vestido y las polainas de charol. Dos minutos después se detuvo delante de una verja de hierro cuyo cerrojo descorrió sin bajarse del caballo. unos cien pasos de allí, en medio de una meseta, se levantaba un elegante y espacioso edificio de ladrillo, de un solo piso, delante del cual se extendía un jardín de más de media hectárea, en cuyo centro se alzaba un higueron gigantesco.
Ocupaba casi toda la fachada, situada al poniente, una amplia galería de vidrieras corredizas, sostenida por columnas de hierro pintadas de blanco con capiteles dorados, adornada con multitud de canastas de parásitas raras, cajones con pacayas y macetas con helechos, y amueblada con sillones y canapés de junco y mesitas de laca. Sobre la galería una azotea con balaustrada de jaspe permitía admirar en toda su magnificencia el vasto panorama antes descrito, y por el lado opuesto la pelada cumbre del Irazú, calcinada por las erupciones.
Veianse detrás de la casa otras construccicnes más modestas, las cuadras, establos y demás dependencias de la quinta, y más lejos colinas y planicies cubiertas de lozanos pastos.
El joven echó pie a tierra cerca de la escalinata de mármol de la galeria y un criado acudió presuroso para llevar el caballo a la cuadra. Díle a Fermín que no bañe a Menelik hasta que se refresque, dijo el recién llegado. luego, viendo cerrada la puerta de la galería, añadió. No se ha levantado la familia?
La niña Margarita creo que no, respondió el mozo mientras 205 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.