como humanos, y son las protectoras de los derechos del hombre y las vengadoras de la justicia. Nadie las vió nacer; nadie sabe donde reposan ni de qué centro inaccesible surgen de repente, imperativas y soberanas. Unas veces, como en Tebas, saliendo de la conciencia de una virgen que por toda fuerza tiene el valor de morir, se llaman el respeto a la sepultura; otras, en Roma, clamando contra los Tarquinos y los Decenviros por la sangre de Lucrecia y de Virginia, se apellidan el pudor de la mujer, y, ante los procónsules paganos, con los mártires de Cristo, ellas se nombran la fe, porque es privilegio suyo tomar simultáneamente los nombres más bellos de la humanidad, vivir en el fondo de todos los corazones y despertarse al menor grito. La prudencia y el miedo pretenden en vano acallarlos; como un eco sordo y profundo resuenan en e! fondo de la conciencia. No está sola ni perecerá ahogada la voz del que invoca esas leyes en medio del silencio de un pueblo oprimido o entre la gritería tumultuosa de un pueblo engañado por la calumnia.
La Antígona de Sófocles no está sola cuando exclama. Naci para el amor, no para el odio. Como tampoco está sola cuando a la pregunta de Creón. Piensas ver más claramente que todos los tebanos? contesta. Ellos ven como yo, pero callan en tu presencia.
Esa ley del espíritu la expansión es general como toda ley.
Cuando las manifestaciones de la actividad humana se desarrollan en una atmósfera de completa libertad, ella es tan natural como la respiración y la circulación de la sangre. Todos la cumplen sin darse cuenta de ello, y de su cumplimiento resulta una gran fuerza social, la opinión públ ca.
Pero sucede a veces que, enturbiada aquella atmósfera, la prudencia, el temor o el provecho, hacen enmudecer a los hombres, y la sociedad, envuelta en ominoso silencio, resignada al parecer, soporta todos los males de la tiranía. En esa hora de tinieblas, la expansión, sin dejar de ser una ley dinámica del espíritu, asume toda la fuerza de una ley moral. No es potestativo de los hombres, sobre todo de los llamados a dirigir a los demás, por sus luces, por su reputación, por los honores recibidos, callar o hablar, guardarse sus pensamientos o externarlos. No es un derecho, es un deber, una estricta obligación de quienquiera que tiene una idea, producirla y publicarla para el bien común. La verdad es patrimonio de todos. No se puede callar, en conciencia, ningún conocimiento útil a los demás.
Jenner, descubridor de la vacuna, hubiera sido un descarado bribón al ocultar su descubrimiento una sola hora. como hay hombre que no crea útiles sus pensamientos, no hay ninguno que no esté obligado a comunicarlos y difundirlos por todos los medios a su alcance. Hablar es bueno; escribir, mejor; publicar, no 123 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.