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de obsesión singular, una fe orgullosa, que se reducía a la conquista.
Había en ellos una llama mística que les permitía concentrar sus energías en un solo punto. Pacientes, tenaces, rudos, soportaban los reveses siglo tras siglo, y no se daban nunca por vencidos de un modo definitivo. Los bizantinos, al contrario, trabajaban para sus enemigos despilfarrando su genio sutil, su ciencia estratégica, su arrojo personal, en empresas de guerra civil y de anarquía política. Donde se hubiera necesitado una mano de hierro, una dictadura implacable, no había sino tiranos débiles que sucumbían traicionados por sus eunucos y por sus generales. Si los turcomanos, en vez de asesinar a Roger de Flor, hubieran matado al Cesileo Miguel, el rudo almogávar habríase, tal vez, apoderado del cetro, y con el apoyo de sus españoles habría salvado el Imperio griego fundando una dinastia de déspotas conscientes, incapaces de dejarse dominar por los murmullos de la opinión. Pero ese es un panegirico de la tiranía. grita una voz irritada. El que lo ha hecho, no lo niega. En ciertos pueblos, en los de la América Española sobre todo, hay que escoger entre la tiranía y el desorden. Qué le hace falta a mi patria, dice uno, para ser una nación estupenda? Un tirano. De lo que se trata es de encontrar al buen tirano soñado por Renán, al tirano apóstol, al tirano que vive no dominado por sus propios intereses, sino por los intereses de la patria. La democracia en el gobierno dice uno es para pueblos viejos. además agrega otro, citando a Tocqueville la democracia no forma sino pueblos tristes. Era acaso vieja Atenas cuando inauguró el régimen democrático en el mundo. Es acaso triste Francia, la creadora de los Derechos del ciudadano. Estas preguntas desconciertan a los que acaban de hablar. Pero Francia, para ellos, es un caso aparte, un fenómeno extraño, algo que obliga a pensar en un crisol en cuyo fondo los regímenes más opuestos se funden para formar siempre un estado que parece desordenado o frivolo, inconsistente o agitado y que, en realidad, es, a través de los siglos y de las revoluciones, el ejemplo más admirable de unidad moral y de centralización de poderes. No hay más que observar lo que pasó en 1914, cuando en todas partes se temía que el sindicalismo y el antimilitarismo hubieran minado las bases guerreras de la raza. Francia entonces se levantó en haz compacto, no como un solo hombre, sino como un solo soldado. Lo que engaña, en Francia, es el carácter de sus hijos, que tienen la coquetería de despreciar las disciplinas siendo muy disciplinados. En los campamentos, cuando llega una orden, todos los peludos gruñen. Napoleón llamaba grognards a sus veteranos. Una vez los gruñidos terminados, no hay quien se someta con mayor gentileza a las obligaciones comunes. Lo que Francia ha hecho en esta guerra, lo que Francia está haciendo, dejará pasmadas a las generaciones futuras. Ah! si la América latina, que con tantos celos copia las artes, las modas y la galantería francesas, supiera copiar su seriedad nacional, su unidad nacional, su 119 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.