ha pre raci hec cion se paz sec nos má con que ade bas fun apa con ten rio var y el error económico. La razón ha creado tales sistemas, tales dogmas, que contra sí misma tiene que rebelarse.
Enhorabuena que el individuo recabe el derecho de guiarse por los dictados de su razón; pero erigirla en soberana, suponerla capaz de darle a todo el mundo el criterio exacto y la certidumbre de la verdad, es tan gran desvarío, que sólo así se comprende que los cien genios del filosofismo racionalista no hayan logrado estar de acuerdo ni una sola vez. Al gran Leibnitz se le ocurrió idear una razón impersonal (perennis philosophia) como base de la verdad, penetrado, sin duda, de que, para la razón individual, todo es según el color del cristal con que se mira. Pero semejante razón impersonal es pura abstracción, puro expediente filosófico para resolver de la mejor manera posible una dificultad insuperable. Así, el racionalismo como sistema, método o lo que sea, de indagación de la verdad, ha fracasado, aunque permanezca firme como lucha contra la revelación, contra la fe, contra la autoridad del dogma.
Por esto es cosa pasada el filosofismo y anacrónica la pretendida soberanía de la razón. La verdadera ciencia, que no se paga de soberanías, ha tomado resueltamente el camino de la experiencia, y funda sus construcciones sobre hechos y leyes comprobadas y no sobre frágiles creaciones del pensamiento, tan dado a lo extraordinario y a lo maravilloso. Naturalmente que la razón es el instrumento necesario para traducir, ordenar y metodizar los datos de la experiencia, pero no va más allá, y cuando lo pretende, por una vez que da en la verdad, cien da en el error.
La naturaleza, la realidad, no es un silogismo; es un hecho. De este hecho podrá nacer el silogismo; pero menester será que el irstrumento de interpretación, el entendimiento, no se equivoque, para que tal silogismo sea idéntico para todo el mundo.
Si a un hombre, lo más inteligente posible, pero ajeno al mundo civilizado, se le dijera que un armatoste de acero se mantiene a flote sobre las aguas del mar, negaría en redondo semejante posibilidad, fundado precisamente en los dictados de su razón. Si se le dijera que otro armatoste metálico surca libremente los espacios, negaríase también, en firme, a admitirlo. Su razón, todas las razones dicen que cualquier objeto más pesado que el agua se va a fondo, que cualquier objeto más pesado que el aire se viene al suelo.
La razón, cuando no se apoya en la experiencia, yerra o acierta por casualidad.
Mas no es necesario apelar al hombre no civilizado. Hay un hecho que da la clave de la cuestión: cuando en un tubo donde hay agua se ha hecho el vacío, el agua sube; la razón, no pudiendo explicarse el suceso, inventó el horror al vacío. Pero la experiencia nos permitió conocer la presión atmosférica, la ley de la gravedad y tantas otras cosas que a la razón, por sí misma, no se le habían ocurrido; y entonces la razón se dio cuenta de que el agua sube por el tubo donde se ver que min me rea bag har me los atá rac zór Cu se mo tra fica cia tes car 98 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.