Democracy

ficies de cuarenta pisos con la mala pavimentación, permitidme añadir uno más. Las mejores escuelas de que un país pueda jactarse existen a la par que una apatia general ante un formidable problema nacional: la absorción del verdadero norteamericano por la inundación creciente de extranjeros, la fácil tolerancia de cultura inferior que representa el parásito de la prosperidad de los Estados Unidos y aun puede minarla del todo, la pequeña proporción de nacimientos en los vigorosos y la tendencia a mayor proporción entre las masas poco asimilables. despecho de las lecciones de este contraste, levántanse asimismo magníficas instituciones públicas mientras que la corrupción del servicio público se mira con genial indiferencia.
Hace dos años examinaba yo con celosa admiración una escuela regia en los suburbios de Chicago, meditando sobre el espíritu público que la había fundado; y en el mismo instante precisamente la calle más comercial de la ciudad se deshonraba con un asalto en pleno día, como no podría verse en otras partes. el septuagésimo en pocas semanas. Hasta hace uno o dos años, los galantes salteadores de revólver al cinto, tenían cuenta abierta en los bancos del lado Este.
En vez de ser demócratas genuinos, autónomos, los norteamericanos se inclinan a creer que han cumplido con la democracia tan pronto como han pagado sus impuestos. No se vigila al asalariado. La tarea de un hombre en la vida es asunto individual. El norteamericano no presta mucha atención al vago mecanismo de administración que sostiene con su dinero. El aislamiento geográfico de América, la falta de grandes competidores con los Estados Unidos en el Continente han alentado esta actitud. Han desarrollado la politica externa de carecer de política externa; y en cuanto a los asuntos del interior, el norteamericano paga, de preferencia a prestarles ninguna atención. Ocho horas de trabajo, ocho horas de placer, ocho horas de sueño, es el código de los Estados Unidos. El norteamericano olvida que este ideal fué propuesto por un monarca. Los que no desean divertirse ocho horas de las veinticuatro, exigen recompensa por su trabajo adicional.
Es interesante observar cómo ha perdido en su desenvolvimiento la faz artística el alma de los Estados Unidos, y si llegará a producir alguna vez un arte genuino. El florecimiento artístico es uno de los primeros síntomas del desarrollo de una civilización definida. Abre por lo común sus brillantes pétalos al sol cuando un pueblo vigoroso y próspero acaba de trasponer la última etapa de la barbarie. Es la primavera de los pueblos. Tal fué la posición del arte de Pericles en Atenas, de la arquitectura gótica, de la pintura y escultura medioeval, del drama y la poesía de la época de Elizabeth. De acuerdo con el precedente histórico, los Estados Unidos deberían haber producido un gran arte antes de ahora; y seguramente no ha sucedido así. Su arquitectura es prestada o mediocre; su pintura tiene apenas reputación nacional; su música es cosmopolita; su literatura falta de emoción. No han engendrado un Turner, ni un Wagner, Rodin o Annunzio. Aun cuando el país parece encontrarse en las condiciones de sangre rica, imaginación febril y tranquila prosperidad de las cuales todo gran arte ha nacido, no se descubren síntomas de germinación.
374 375 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.