ticulares, hasta las iglesias, hacen derroche de originalidad.
Esta es la diferencia esencial con Inglaterra. En cierta conferencia que di en Londres el año pasado, hablaba de que carecemos y necesitamos del espíritu de los Estados Unidos. Un comerciante norteamericano que se encontraba en la audiencia hízome notar después que el comercio inglés es mucho más firme que el de los Estados Unidos, y de entonces acá he visto estadísticas increíbles de bancarrotas.
Pero este rasgo poco deseable de la vida financiera rorteamericana es resultado indudable de aquel incontenible espíritu de empresa, de la fertilidad de la imaginación, del impulso creador. América e Inglaterra sugieren singularmente, como Austria y Prusia, el contraste de la juventud y de la vejez. Esto no quiere decir que debamos aceptar la teoría superficial de que las naciones envejecen como los individuos y decaen inevitablemente. La edad de una civilización no da la medida de su vitalidad. Existe, sin embargo, alguna analogía. Hay algo semejante al endurecimiento de las arterias de una nación, cierta mayor lentitud en la circulación. La gran diferencia consiste en que el caso de una nación es curable. No se debe a disminución de energía física, excepto cuando guerras repetidas han extraído toda su savia, sino a impedimentos crecientes en la fórmula tradicional de sus negocios, su política, ética y demás.
El segundo rasgo capital que impresiona al visitante de los Estados Unidos es la alegría ligera con que los norteamericanos mantienen su energía creadora.
En esto se nota gran diferencia del carácter prusiano.
El norteamericano sobrepasa ver similmente al prusiano en polencia organizadora más tarde analizaremos por qué no es superior de hecho pero es más boyante, más expansivo, menos subjetivo. He descrito a Prusia como un joven ansioso de hacer fortuna y absorbido seriamente en su labor. En este respecto los Estados Unidos reúnen la frescura de la juventud a la confianza de la madurez triunfante. El inglés de la clase media está predispuesto a acortar las horas de negocios y dedicar sus largos ocios a lecturas serias y tranquilas distracciones. El alemán se inclina a ganar tiempo en su labor llevando a sus cortas horas de descanso el austero sentimiento de su deber como unidad de un gran imperio. El norteamericano dedica toda su energia a las horas de trabajo y luego se divierte como ninguno. Lee menos que el inglés, salvo revistas y novelas, y sostiene genialmente su prestigio nacional. El espectáculo de ciertos restaurantes en sábado, cuando los hombres entran alegremente con su mujer o con amigos a derrochar de manera extravagante los dólares por que bregaban como avaros una hora antes, es un fenómeno de los Estado Unidos.
Hay tres o cuatro veces más música y baile en Nueva York que en Londres, a pesar de su población menor.
Es una metrópoli con la alegria de un fresco valle.
Esto no se debe a la forma democrática, como algunos opinan. Inglaterra es hoy, en valores políticos, más democrática que los Estados Unidos. Nuestra monarquía es una fórmula hueca; nuestros lores hacen conforme se lo indicamos; nuestro primer ministro puede ser depuesto en veinticuatro horas; nuestros caudillos políticos y nuestros comités son entidades 371 370 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.