pabellón estrellado y listado de los Estados Unidos rumbo «allá, en Francia, y todos estos humos se desvanecerán pronto sobre el mar azul.
Eliminadas todas estas cosas, estas plantas parásitas del criterio internacional, encontramos ciertas diferencias esenciales. Llegué a Nueva York por primera vez al anochecer, cuando miriadas de ojos en los altísimos edificios parpadeaban bellamente en el crepúsculo. Parecía una ciudad de palacios encantados en alguna montaña que dominara las tierras bajas donde uno trataba de descubrir a Nueva York. Un amigo norteamericano habíame conducido orgullosamente a la primera cubierta. Ignoraba él que aquellos «rascacielos» representan para muchos ingleses el verdadero aspecto de la vanidad de los Estados Unidos; e ignoran los ingleses que, por regla general, esta arquitectura única tiene su sola y simple razón de ser en la posición geográfica de Nueva York. Tan inevitablemente como los árboles de una selva brasilera se elevan hacia el cielo, necesita la estructura de los edificios neoyorquinos proyectarse hacia lo alto como una torre; y ni un inglés entre diez mil tiene la más vaga idea de la situación de la ciudad que exige esta elevación.
Pero a la mente ingenua y cosmopolita se presenta esta duda al aproximarse a Nueva York. Habría dominado jamás una ciudad inglesa, tan altiva y maravillosamente, la natural limitación de su territorio. Creo que no. El alma norteamericana reside en aquellos elevados edificios. No pretendo, por supuesto, que hubiera «elevación alguna en la mente de los arquitectos o constructores, pero su 368 triunfante creación dice de empresas arriesgadas, de imaginación rápida y fértil, de energía indomable, de todo aquello que se asocia históricamente con la temprana virilidad de un pueblo. Es muy diferente de la virilidad de Berlín. Esas estupendas creaciones en la parte meridional de Broadway dominan varias millas de calles de lo peor pavimentadas que he visto en cualquiera otra ciudad. La fealdad, la irregularidad, la mezquindad, las combinaciones para subsanar ciertas faltas, se codean en Nueva York con inventos eficientes y se exhiben al pie mismo de edificios públicos y aun privados cuyo exhuberante desarrollo prueba que fueron regados con oro. Berlín es más igual, más escrupuloso, más artístico en su nivel mediocre de arte.
Organiza la belleza como organiza la higiene, Esta impresión de energia e iniciativa, de poder creador, se robustece conforme transcurren los meses.
de exploración en Nueva York. En ninguna otra ciudad del mundo se ve tan gran proporción de rostros enérgicos, y tan incesante rebullir de nuevas ideas. La originalidad, que es fuerza creadora, brota de todos los poros de Nueva York. Las tiendas, desde las grandes casas hasta los tenduchos de media vidriera, transpiran iniciativa. En ninguna otra ciudad me ha sucedido sorprenderme mirando los escaparates de los modistas. Hasta los filósofos se ven incitados a hacerlo en Nueva York. El sistema de atraer la atención es el más sorprendente, variado, ingenioso y adaptable del globo. La industria y el comercio enriquecen al mundo con sus inventos.
Los lugares de distracción, los hoteles, las casas par369 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.