cía singularmente. Un distinguido estadista norteamericano me decía. Mr. McCabe, yo no soy pro inglés. Fué mera fantasía que yo creyera notar cierto énfasis.
confuso en su manera de acentuar el «pro. Un habitante del Oeste, con bastante educación, terminó una amistosa charla que habíamos sostenido en el salón de fumar de un tren, con este pesado final. Todo lo que sé respecto de los ingleses es que les dimos golpe dos veces. Averigué que la segunda vez a que aludía se había desvanecido en su memoria, y en cuanto a la primera, era algo remota para recordarla con tal viveza; pero en todo caso la frase era de cajón.
Esta mutua falta de simpatía merece la atención no sólo de los educadores y estadistas liberales sino también de los psicólogos de naciones. Tiene curiosa analogía con el sentimiento recíproco de los prusianos y los bávaros y austriacos; y a decir verdad, he observado sentimiento semejante en ciudades hermanas como Melbourne y Sidney, y hasta podría decir, Nueva York y Boston. El alemán del norte mira al del sur como un gentilhombre decadente, orgulloso de su cultura, de su arte y de su sangre, pero negligente y poco emprendedor, y con escasa disposición para la lucha y el progreso. El habitante de Munich Viena replica sonriendo que Berlín es vulgar y vocinglero y más devoto de Mammon que la misma Atenas. La comparación es instructiva seguramente; sólo que al inglés se le acusa en general de frío desdén en vez de culparlo de fluido Gemuthlichkeit. Pero la analogía se debilita y todo el arte de descubrir el carácter nacional se hace sospechoso cuando reflexionamos que 364 los ingleses han sido puestos en caricatura durante décadas en Francia y Alemania no como gente lánguida y con afectación de cultura, sino como vulgares, vocingleros y ruines buscadores del dinero, como gentes viles en traje a cuadros de tablero y sosteniendo una hedionda pipa entre monstruosos dientes de caballo, el tipo de mercachifles entre los hombres.
La verdad es que este antagonismo nacional está basado en gran parte en cierta irritación inconsciente nacida de pequeñas diferencias entre naciones rivales.
Entre los dos grandes pueblos de habla inglesa, la principal probablemente es la diferencia de dialecto 0, mejor dicho, de pronunciación. La entonación nasal, tan común en América, irrita el oído inglés tanto como el languido acento de Oxford exaspera a los norteamericanos o les divierte la fuerte inflexión de los britanos del norte. No es absolutamente cuestión de educación.
Conozco algunos de los hombres más ilustrados de Nueva York que pronuncian su nombre como si trataran de economizar respiración y las detestables consonantes debieran suprimirse hasta donde fuera posible; y he visto asimismo sonreir al auditorio de los Estados Unidos al escuchar la clara pronunciación de la palabra «plant. Las personas irreflexivas califican esto de falta de cultura por un lado y de afectación por el otro. Es simplemente una trivial diferencia de hábito.
Hay innumerables de estas pequeñas diferencias La pronunciación inglesa marca la a abieta con sonido semejante al del español, mientras el norteamericano la pronuncia con cerrado acento nasal, entre la a y la españolas. LA REDACCIÓN.
365 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.