siglos en que dentro de las fronteras de cada país cambia el carácter materialmente, y la suma de aquellos variables rasgos distintivos es lo que se denomina el alma de un pueblo. Cuál es el alma de los Estados Unidos. En qué difiere el carácter americano del inglés. Qué clase de sello han impreso sobre la materia plástica del niño nacido en los Estados Unidos aquellas influencias sutiles que constituyen la vitalidad distintiva de la América del Norte?
Las dificultades para investigación de tal naturaleza se agravan a menudo por el engaño literario. Hay un tipo de viajero literato que pretende persuadirnos de que ha descubierto a la primera ojeada las corrientes profundas y continuas, bajo la rizada superficie de la vida de una nación; de que puede colocar al oriental frente al occidental, al americano frente al britano, o al francés frente al alemán tan fácilmente como si llevaran las divisas de colores de los competidores rivales en un juego de pelota. El viajero más escrupuloso siéntese impresionado más bien ante la rica variedad de la naturaleza humana dentro de cualquiera área nacional y ante la analogía de la naturaleza humana en todas las áreas. La dificultad de precisar rasgos nacionales es, en verdad, mayor en los Estados Unidos que en cualquier otra parte. Una veintena por lo menos de corrientes étnicas atraviesan su vida nacional, tan distintamente definidas muchas veces como las de la corriente del Golfo, y ocultándose otras bajo todas las faces posibles de lo que se llama el tipo rorteamericano. El fuego del gran crisol es demasiado clemente. Muchas veces, sentado en el tren subterrá362 neo, observo a mi derecha y a mi izquierda diarios en hebreo, italiano, griego, alemán, francés, húngaro y español; y sobre cada periódico se inclina, exótico y característico, el rostro distintivo de cada nación. El alma de un pueblo es el idioma. decía un poeta alemán. En tal caso tendríamos veinte almas y veinte pueblos entre San Francisco y Nueva York. En toda generalización de los Estados Unidos es necesario omitir por lo menos una tercera parte de su población; y después de hacerlo así nos econtraremos frente al normal problema psicológico. Cómo puede encerrarse en la misma fórmula a esta pálida doncella de pura mirada y a aquella joven arrogante de labios provocativos; a esta graciosa, linda y refinada mujer norteamericana que endulza la existencia, y a aquella otra de ojos duros, poseída de sí misma y cubierta de pieles con quien se tropieza en Broadway; a este tranquilo, afable y culto personaje que os recibe en su casa, y a aquel crítico agresivo o al avariento hombre de negocios, de torvo ceño, que está sentado a su lado?
La consideración del mutuo desdén entre muchos ingleses y norteamericanos abre campo propicio a la investigación de aquella fugitiva alma común de las naciones. La amplitud de este antagonismo se exagera a menudo, pero existe desgraciadamente en gran proporción. Los escritores de los Estados Unidos me informaron profusamente en la arena de salones elegantes sin motivo alguno que pudiera yo descubrir de que ningún norteamericano se preocupa un bledo por las pretensiones de superioridad que alegan los ingleses; pretensiones que, sea dicho de paso, yo descono.
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