lez Blanco, de Lope de Vega o de Gómez de Calainos?
Para ella, si alguna vez oye recitar algún trozo poético, Jorge Manrique fué un iluso y Salvador Rueda un mentecato; los poetas, en general, una turba de desocupados, que harían bien en sembrar un par de yugadas o en vender piezas de madapolán. Es triste confesario; pero es la verdad, de veinticinco millones de españoles (porque hay veinticinco) no pasan de unos cuantos millares los que han leído las obras de los grandes poetas. La mayor parte de los versos los leen únicamente los literatos llamados de oficio, y éstos son los que se pelean por saber si la poesía debe ser realidad o símbolo, pedagogía o sensualidad, inquietud o calma burguesa; al resto del planeta le tiene todo eso sin cuidado. los verdaderos lectores juzgan según su temperamento. La obrera, que trabaja doce horas por sesenta céntimos, sentirá una emoción intensa oyendo la «Canción de la camisa. de Hood; en cambio, el multimillonario la arrojará con displicencia, y, si acaso, echará mano a la cartera y entregará a la Beneficencia pública un pequeño scheque. Ciertas estrofas de poetas demoníacos, que estallan de cursis, son muy a propósito para deleitar a unos pocos literatos provincianos, que se gastan la pensión de sus padres en las tabernas, pero poco adecuadas a los gustos de las gentes de buena sociedad. Nietzsche parecerá un hereje a todo fiel cumplidor del Decálogo y un pedante vacuo a no pocos filósofos; en cambio dejará encantados a los impulsivos y a los descontentos del bien ajeno. Pensar que un obrero de las minas va a deleitarse con los suspirillos germánicos de Heine, o con los nocturnos de Musset, es pretender que las odas de Quintana y la «Jerusalemme liberata» alcancen un gran éxito en los «cabarets» de Montmartre. Para consolarse de las penas de la vida, hay quien prefiere los ruidos de Strawinski a los acordes de Beethoven y los versos mal acentuados y desiguales a los acompasados y rítmicos; es cuestión de oído; unos lectores quieren que se les hable de las cosas de ahora, y otros, para los cuales la realidad es pobre y carece de belleza, gustan de que se les diga algo de Pierrot, de la sonrisa de Monna Lisa, del caballero de la mano al pecho y del cortejo (que no es cortejo, sino desfile) de los paladines. Así, no se puede decir que un género de poesía ha pasado, como nu ha pasado ningún alimento; la cuestión es saber quién padece dispepsia o gastralgia. La lírica es siempre algo personal, y hay tantos gustos como personas, por lo cual es difícil imponerla cánones. unos lectores les carga el Dante, y a otros Annunzzio; ninguno de ellos tiene razón. qué es tener razón? Tal vez algo que está divorciado de la poesía profesional.
Un poeta, el que sea, ha llevado, en horas de angustia o de melancolía, consuelos y esperanzas a nuestras almas atormentadas; nos ha hecho buenos, comprensivos, indulgentes, sensibles a los ajenos infortunios, amantes a la naturaleza y a todos los ideales nobles; ha recreado los ocios de nuestra juventud y aliviado las miserias de nuestra madurez; ha solazado nuestros oidos, enriquecido nuestro lenguaje y pulido nuestros afectos, y por todo ello, le profesamos devoción y alta reverencia. hé aquí que una crítica nueva y severa, 317 316 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.