dulidad respecto de los horrores realizados por los alemanes.
Si hay muchos hombres que no creen en las atrocidades alemanas porque para creer en ellas tendrían que revisar sus doctrinas sobre la bondad de la humanidad y de la cultura, muchos más son los que no creen en ellas porque no quieren creer en ellas y no quieren creer en ellas porque están convencidos de que no les conviene creer en ellas. la razón es obvia.
Frente a las violaciones alemanas del derecho de gentes los Aliados no pueden hacer gran cosa. Están cansados de dirigir protestas al mundo neutral. Lo único que pueden hacer, lo están ya haciendo; concentrar sus esfuerzos en preparar tales ejércitos y tan inmenso material de guerra que se rompa a su embestida, sin posibilidad de compostura, la maquinaria militar prasiana. Los únicos que pudieran hacer algo son los neutrales, y no un neutral aislado, sino una Liga de neutrales, que hiciese entender al Gobierno alemán que está ofendiendo con sus métodos de gueTra la conciencia universal y que, si no hace respetar a sus fuerzas armadas el derecho de gentes y las convenciones internacionales, el mundo neutral tendrá que suspenderle las relaciones diplomáticas.
Pero, el mundo neutral no quiere dar este paso, porque aún se refrena ante el temor al poderío de Alemania y ante la conciencia de la inmensidad de sacrificios que supone la participación en la actual guerra. La neutralidad material es, por lo menos, más cómoda que la beligerancia. Quien por conveniencia o por necesidad se esfuerza por mantener la neutralidad material, tiende naturalmente a justificar su actitud con la neu296 tralidad moral. para mantener la neutralidad moral procura apartar el pensamiento de todos aquellos aspectos de la guerra que le obliguen, aun contra su voluntad, a ejercitar su juicio moral y a dictar una sentencia que, por lo menos en el plano espiritual, pueda colocarle en posición beligerante.
El hecho mismo de que las convenciones internacionales no pueden tener otra sanción que la que les otorguen las potencias neutrales, constituye un incentivo para cerrar a cal y canto los oídos contra acusaciones como las que en este libro se formulan. Porque si las personas reflexivas de los países neutrales llegan a convencerse de que, en general, son ciertas las acusaciones que se concretan en los millares de documentos que han servido de base a centenares de libros como éste, no podrán escaparse a un dilema penoso.
De una parte tendrán que sentir la obligación moral de prestar su ayuda a los pueblos que se han encomendado la tarea de imponer el respeto a las normas jurídicas a este nuevo Sansón que amenaza con demolir el templo entero de la civilización como no se le reconozca la victoria. De otra parte, su mismo humanitarismo y patriotismo les incitarán a alejar a su país de los horrores de la guerra.
Este dilema viene pesando angustiosamente hace ya meses sobre muchos espíritus. Hace ya varias semanas que un norteamericano ilustre recibía en su biblioteca a un escritor inglés. Cuando el inglés le preguntaba su opinión sobre la guerra, el norteamericano se esquivaba de contestarle, hasta que de pronto, y como si estallase, el norteamericano dijo. Desde el principio de la guerra estoy padeciendo bajo la pro297 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.