у hasta tal punto se ha infiltrado esta idea en la literatura, en la escuela, en la legislación y en la política, que al mostrarnos la guerra a los hombres en su orgullo y concupiscencia originales, no queremos dar crédito a los ojos, por miedo a tener que rectificar nuestras teorías.
Pero si nuestras teorías son falsas es inútil aferrarnos a ellas. La trágica verdad es el pecado original.
No sólo los alemanes, sino también los demás europeos, son capaces de cometer horrores innecesarios.
Con ello no digo que se hayan cometido. Me limito a afirmar que se han podido cometer. Pero lo que puedo añadir con toda certidumbre es que el pueblo que cometerá mayores horrores será el que se halle más persuadido de su propia bondad. ello porque la doctrina del pecado original no es meramente una teoría antropológica sino una base positiva del bien obrar. Sólo aquellos hombres que se ballen convencidos de su inarraigable propensión a dejarse llevar por el orgullo o por la concupiscencia se preguntarán antes de cada acción si la acción es buena o si satisface únicamente su apetito. Pero, en cambio, si se persuade un pueblo de su propia bondad, se imaginará necesariamente que todo lo que haga será bueno y la convicción misma de ser un pueblo superior le vendará los ojos y le permitirá hacer con perfecta tranquilidad de conciencia lo que no hubiera hecho tal vez de ha ber juzgado de su naturaleza con mayor modestia y veracidad. El pueblo elegido crucificó a Jesús.
Junto al prejuicio de la bondad natural del hombre está el que cree en su bondad artificial, debida a la cultura. Cómo es posible que un pueblo culto haya cometido semejantes horrores? lo cual se contesta diciendo que la cultura no destruye el pecado criginal.
Esto va para con los creyentes. los descreídos ha de decirseles que están cerrando los ojos a la realidad con el prejuicio de que la cultura es cultura de bondad. Ello podrá ser cierto, pero no necesita ser cierto. La cultura puede ser cultura técnica, cultura de eficacia o cultura de pura erudición, y esta cultura no tiene que ver nada con la cultura de la piedad y de la compasión. Nietzche era muy culto, pero abominaba de la compasión como de un veneno. La capacidad de ponerse, como dice el pueblo. en el lugar del otro. es decir, de sufrir con el dolor del prójimo, es una cultura aparte y que nada tiene que ver con el estudio de la química. Los grandes envenenadores suelen saber preparar las drogas con que matan a sus víctimas. No es posible idear el empleo guerrero de gases asfixiantes sin saber química. Ni aun siquiera la capacidad de «ponerse en el lugar del otro» basta para desarrollar la piedad.
Hay quien se pone «en el lugar del otro no para sufrir con sus dolores, sino para gozar de ellos. La crueldad no es completa sin este refinamiento de perversidad. Sólo que yo no acuso a los alemanes de este refinamiento.
La crueldad de que se trata en el caso actual no implica comprensión del alma ajena, sino meramente conciencia exagerada del propio valer. Se trata de un pueblo que se cree el pueblo superior, que juzga la propia cultura infinitamente más alta que las de otros países, que se supone misionero de una vida mejor y ejemplar, y que cree que un mundo malo y envidioso se ha coligado en contra suya para frustrar sus desig293 292 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.