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rían a escucharle, sino que la sola alusión a esos horrores les haría pensar que les estaba hablando un espíritu exaltado, al que la misma exaltación hacía perder todo sentido de la medida y, por tanto, de la verdad. Durante su viaje por España pudo comprobar el obispo de Southwark que el consejo era discreto y se abstuvo de hablar de estos asuntos, por temor a que se diera a sus palabras el escaso valor que merecen las informaciones sensacionales de periódicos escritos con premura de tiempo. Cómo inducir a estas personas respetables a considerar la posibilidad de que, después de todo, acaso sea substancialmente cierto lo que se dice de la invasión alemana? No hay más que tres métodos. El primero, y más eficaz, consiste en repetir con tanta insistencia la historia de las atrocidades teutónicas que la conciencia de la humanidad tenga que preguntarse. pero es verdad todo esto. este fin contribuye este libro. El segundo procedimiento consiste en explicar a esas personas de buena fe las causas de su incredulidad respecto de estos horrores. el tercero, en mostrar las razones generales históricas por las que una nación altamente educada, como es la alemana, ha podido conducir una guerra con procedimientos análogos a los que la Iglesia rememora en la plegaria que pide a Dios nos libre de los furores de los bárbaros. Con el segundo método se contesta a la pregunta. pero cómo es posible que en nuestros tiempos se cometan tales atrocidades? Con el tercero, Solicítese EOS y RENOVACIÓN en la librería de Trejos Hnos. antiguo local de Lehmann.
a esta otra. pero cómo es posible que la culta Alemania haya empleado los procedimientos que se le atribuyen? Este prólogo es un intento de respuesta a estas dos preguntas.
Lo primero por hacer consiste en explicar a la persona que niega de antemano la posibilidad de las «atrocidades alemanas, las causas de su rotunda negativa. Hablo, está claro, en el supuesto de que proceda con plena buena fe. Con gente de mala fe no se discute. Pero gente de buena fe es, en su mayoría, la que ha negado la posibilidad de las «atrocidades alemanas. no sólo en España y en los demás países neutrales, sino también en Inglaterra. Ha costado cerca de dos años convencer a quinientos de los más eminentes católicos de España de que era deber suyo dirigir un mensaje de adhesión a la atribulada y cató.
lica Bélgica. Ha tardado justamente treinta meses el Presidente Mr. Wilson en convencerse de que el Go bierno alemán no vacilaría en atropellar cuantas convenciones y costumbres internacionales opusieran algún obstáculo a la realización de sus planes militares.
Esta tardanza es hija de una prudencia generosa, que nos aconseja abstenernos de imputar a nuestro prójimo un delito grave hasta tanto que se nos imponga irresistiblemente la convicción de su culpabilidad. Pero también es hija de un prejuicio corriente.
Llamo prejuicio a una de las creencias más arraigadas en los tiempos modernos: la que afirma la bondad natural del hombre. partir del Renacimiento, los humanistas han hecho prevalecer una concepción optimista del hombre, 291 290 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.