Unidos de Norte América) contestó. Puesto que COlombia no acepta lo que le ofrezco por su saco, es decir, por su Istmo, me lo cojo, como mandatario de la civilización, que soy. En la escuela de las naciones no hubo un Ciro que sirviera de árbitro ni un maestro que corrigiera la sentencia. El muchacho mayor fué juez y parte en el litigio, porque se llamaba León. Agarrotó al pequeñuelo y lo hizo despojar de su saco por cuatro miserables asalariados, para entregárselo a él. Así salvaba las apariencias echando sobre su acción el manto de la hipocresia. Ningún escolar que haya leído la historia. habrá aprobado aquel desconocimiento de los derechos de propiedad. dice Mr. Granger Hastings, con sobra de razón. Ningún hombre, decimos nosotros, que goce del más primitivo sentido moral habrá aprobado el desconocimiento de los derechos de propiedad de Colombia ni el despojo de que fué víctima. El caso es más típico y más claro también. El sentimiento de la justicia pudo haber sido alterado en Ciro por su calidad de principe heredero de una monarquía despótica; pudo equivocarse y se equivocó, sin duda; pero no falló en causa propia ni en su favor, ni agarrotó al chiquillo para que otros lo despojaran en su provecho, ni era garante de la propiedad del codiciado saco. además su fallo podía ser y fué corregido por su maestro y ningún mal produjo.
No así en el caso de 1903. El despojo se consumo y desde entonces clama Colombia por su derecho destrozado. En vano pedido un árbrito que venga con su juicio imparcial a reparar los daños morales y materiales inferidos a su derecho de soberanía y propiedad, y al derecho de las naciones, que es igual en todas grandes y pequeñas, fuertes y débiles al decir repetido del Presidente actual de los Estados Unidos del Norte. En vano este Presidente, que parece sentir el inmenso agravio que se hizo por la nación que preside a la justicia innata de la humanidad, al derecho de las naciones, al de su propio país y a la integridad y soberanía de una de las repúblicas más generosas de América, ha ofrecido una tenue satisfacción y una indemnización irrisoria al ofendido. El Senado de su patria, ciego ante la evidencia de la justicia y sordo a la voz de las conveniencias presentes y futuras, se ha cerrado a la banda y se niega a la aprobación del Tratado de 1914, propuesto por el Presidente Wilson y aceptado desde entonces por Colombia.
Querría Mr. Granger Hastings decir a la América latina lo que piensa del caso de 1903? Se leería en toda ella con sumo interés lo que escribiera y disiparía en muchos espíritus la idea de que cuando los publicistas ingleses y americanos del Norte hablan o escriben de justicia y de derecho, hablan o escriben para sus respectivos países. Fuera de sus fronteras esas voces no tienen el mismo significado, sino uno diame.
tralmente contrario para ellos y sus países. Spencer dice. Un pueblo que confiere a sus soldados el título eufémico de defensor de la patria y luego los adiestra para invadir otros países; un pueblo que aprecia tanto, dentro de sus confines, el valor de la existencia hasta el punto de prohibir espectáculos de pugilato, mientras fuera de ellos sacrifica veinte existencias para vengar una; un pueblo que en casa no puede tolerar 245 244 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica.